
La historia está plagada de líderes que se aferraron al poder mientras su nación se desmoronaba. Nicolás Maduro, el presidente de Venezuela, parece estar viviendo una agonía política que evoca las de otros personajes históricos. Su figura no solo representa la decadencia de un modelo, sino que también refleja un patrón de resistencia obstinada ante la pérdida de legitimidad. La situación actual de Maduro, marcada por el colapso económico y el aislamiento internacional, tiene resonancias con otros líderes contemporáneos.
La agonía de Nicolae Ceaucescu, que culminó en su ejecución en 1989, fue un final abrupto para un régimen que se había sostenido durante décadas a través de la represión. Al igual que Maduro, Ceaucescu se aisló en una burbuja de poder, rodeado de un séquito que le alimentaba con la ilusión de que su Gobierno era popular y exitoso. Sin embargo, mientras el pueblo rumano sufría hambrunas y escasez, él vivía en la opulencia. Maduro, aunque no ha enfrentado un levantamiento popular como el de Timisoara, sí se enfrenta a una desconexión similar de la realidad que vive la mayoría de los venezolanos, quienes luchan a diario contra la hiperinflación y la escasez
La agonía de Muamar Gadafi en el 2011 fue un proceso más prolongado y violento. Gadafi no era un burócrata rígido, sino un líder excéntrico que había gobernado Libia con un estilo de culto a la personalidad durante más de 40 años. Su caída no se debió solo al descontento interno, sino también a una intervención militar extranjera. A pesar de los ataques de la OTAN, Gadafi se negó a ceder, convencido de que su pueblo lo amaba. Esta obstinación y ceguera ante la realidad de su país son un eco directo de la actitud de Maduro, quien a menudo minimiza la crisis humanitaria y económica, culpando a una «guerra económica» internacional por los recursos del país.
La agonía de Maduro, a diferencia de la de Ceaucescu y Gadafi, es un proceso más lento y aparentemente menos violento, aunque la violencia social y la represión están siempre presentes. No ha habido una rebelión masiva que lo derroque ni —todavía— una intervención extranjera directa. Su agonía se manifiesta en una pérdida de legitimidad en las urnas, un colapso económico que no tiene precedentes, un aislamiento internacional que lo acorrala y lleva a millones de venezolanos obligados a huir de su país. La agonía de Maduro no es la de un dictador enfrentándose a la revolución en las calles, sino la de un líder aferrándose a un poder vacío, mientras el país que gobierna se desintegra lentamente. La pregunta no es si caerá, sino cómo y cuándo se materializará el final de esta lenta agonía política.
A lo mejor Zapatero lo sabe.