Autismo y salud mental

Juan Carlos Díaz del Valle DOCTOR EN MEDICINA. ESPECIALISTA EN PSIQUIATRÍA

OPINIÓN

23 sep 2025 . Actualizado a las 17:29 h.

El autismo es hoy un tema presente en la sociedad, la educación y la sanidad, pero su historia y comprensión son relativamente recientes. El término fue utilizado por primera vez en 1908 por el psiquiatra suizo Eugen Bleuler, que lo empleó para describir un síntoma de la esquizofrenia. En 1943, el médico austríaco Leo Kanner describió en Estados Unidos el autismo infantil precoz, lo que se considera la primera definición clínica moderna del trastorno. Un año más tarde, Hans Asperger publicó su trabajo sobre los «psicópatas autistas en la infancia», defendiendo ya entonces la necesidad de integración social, educativa y laboral de estas personas.

En la actualidad, el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5) recoge el término Trastorno del Espectro Autista (TEA). Con él se engloban diferentes grados de afectación que comparten dos ejes:

1.- Dificultades persistentes en la comunicación e interacción social.

2.- Patrones repetitivos y restrictivos de conducta, intereses o actividades.

Se habla de niveles de apoyo (desde leve hasta muy sustancial), reflejando la gran variabilidad que existe entre personas con TEA. El autismo no tiene una única causa. Los científicos coinciden en que es el resultado de la interacción de factores genéticos, ambientales e inmunológicos.

En el terreno genético, se han identificado más de un centenar de genes relacionados con el trastorno, aunque ninguno por sí solo lo explica.

Entre los factores ambientales destacan la prematuridad, el bajo peso al nacer, la edad avanzada de los padres, infecciones durante el embarazo, obesidad o diabetes gestacional, así como la exposición a contaminantes y a ciertos fármacos como el ácido valproico.

Se investigan posibles influencias de tipo inmunológico durante el embarazo. Lo que la ciencia dejó claro es que no existe relación entre las vacunas y el autismo.

El TEA se manifiesta de forma muy diversa. Algunos niños tienen retrasos en el desarrollo del lenguaje, otros muestran conductas repetitivas o intereses muy restringidos, y muchos presentan una forma distinta de procesar los estímulos sensoriales. Además, es frecuente que existan trastornos asociados como ansiedad, depresión, TDAH, trastorno obsesivo compulsivo o epilepsia, así como síndromes genéticos como el X frágil.

No existe un tratamiento curativo para el autismo, pero sí intervenciones terapéuticas multidisciplinares, que mejoran la calidad de vida de las personas que presentan el trastorno. Las terapias más utilizadas se centran en el desarrollo de habilidades comunicativas, sociales y de conducta. El papel de la familia es fundamental en este proceso. El tratamiento farmacológico no actúa sobre el autismo en sí, pero puede ayudar a controlar comorbilidades como la ansiedad, la depresión o las crisis epilépticas.

La OMS estima que 1 de cada 100 niños en el mundo está dentro del espectro autista. Esto convierte al TEA en un desafío sanitario, educativo y social de primer orden. Más allá de la investigación científica y del diagnóstico precoz, el gran reto es la inclusión real: garantizar que cada persona con autismo pueda desarrollar su potencial en una sociedad que entienda la diversidad como un valor y no como una barrera.