
La cadena ABC, propiedad de Disney, ha restaurado en su puesto al censurado Jimmy Kimmel, pero el daño infligido a la primera enmienda de la Constitución de Estados Unidos, la que promete libertad de expresión, es difícil de recomponer. Una versión televisada del macartismo se ha materializado en horario de máxima audiencia de un modo tan tosco como el que se viviría en España si Moncloa extorsionase a Antena 3 con cada zarandeo que El hormiguero le propina a Pedro Sánchez. Trump emprendió hace ya meses una cruzada contra los humoristas de late night, todos críticos con sus posturas. Primero la CBS anunció la inminente desaparición del programa de Stephen Colbert y el mandatario lo celebró augurando que el «aún menos talentoso» Jimmy Kimmel sería el siguiente en caer. Dicho y hecho. También apuntó que el «débil y muy inseguro» Jimmy Fallon debía correr la misma suerte. Todos ellos, junto a Seth Meyers y Jon Stewart, dedicaron sus programas al colega borrado del mapa. Ahora Kimmel vuelve, pero para la factoría del ratón Mickey esta ha sido su peor campaña de publicidad en años. Incluso algunos actores que encarnan a héroes de Marvel, una de sus franquicias estrella, se han rebelado contra la mano que les da de comer.