
Mientras nuestros políticos andan enfrascados en cuestiones semánticas, discutiendo si es un genocidio, una masacre, un exterminio o una guerra, la población de Gaza continúa muriendo y, en el mejor de los casos, sobreviviendo en unas condiciones infrahumanas e indignas. En sus calles ya no hay esperanza. Todo huele a muerte y a desolación. Denunciar esta dramática situación es una causa noble, honesta, en defensa de los derechos humanos, del respeto a la vida y a la dignidad. Y salir en ayuda de los palestinos no te convierte de forma automática en un antisemita, como algunos afirman.
Lamentablemente, el sufrimiento del pueblo palestino no es nuevo. Todo empezó en 1947, con el proyecto de partición de la Palestina histórica (espinosa herencia del mandato británico) por parte de las Naciones Unidas en dos estados: uno árabe y otro judío. Poco después, en 1948, con la declaración del Estado de Israel y, en 1949, con la primera guerra árabe-israelí, este plan voló por los aires. El drama territorial y humano no ha cesado desde entonces para los palestinos. Israel, a la que muchos definen como la única democracia de Oriente Próximo, no tiene una constitución debido, entre otras razones, a su negativa a definir unas fronteras en constante ampliación. Guste o no, no hay más solución que la de dos Estados que cohabiten en paz. Pero el actual Gobierno israelí lo impide con sus bárbaros actos en Gaza y con su política ilegal de colonización en Cisjordania. El reconocimiento internacional de Palestina acontecido en estos últimos días es una oportunidad para la paz que no hay que desaprovechar. Setenta y ocho años después de la partición de la Palestina histórica debe cumplirse el mandato de las Naciones Unidas y promover el legítimo nacimiento de un Estado árabe palestino. Es una asignatura pendiente de toda la comunidad internacional, que debería avergonzarnos. Palestina: ahora o nunca.
Hamás ha fracasado como proyecto del islam político. Entre tanto dolor, hay que abrir nuevos caminos de esperanza. Sin violencia y con diálogo entre los actores implicados. Sin vetos.
Es la hora de liberar a los rehenes. Ya no quedan argumentos para justificar las 65.000 almas gazatíes aniquiladas por el ejército de Israel o las 1.200 almas arrebatadas por Hamás el 7 de octubre de 2023. No podemos convertirnos en unos desalmados, dejar que se aplique sin piedad la ley semita del «ojo por ojo, diente por diente» y mirar, entre tanto, para otro lado hasta que escampe.