Con un último trago de whisky y una bendición para todos. Así abandonó este mundo Jane Goodall. O así, al menos, quiso escenificarlo en público con su entrevista póstuma en Últimas palabras célebres, un nuevo formato de Netflix donde se condensan las despedidas que, como en el antiguo Epílogo de Canal Plus, algunas celebridades dejan grabadas para que sean emitidas después de su muerte. En el primer, y por ahora único, episodio de la serie, dos Janes dicen adiós. Una es la auténtica, la que de niña se enfadó con Tarzán de los Monos por haberse casado con la Jane equivocada y supo entonces que su vida estaba en la selva de África. La que tuvo algún amor imposible, pero que no reveló su nombre ni después de muerta. La otra Jane es el icono casi sagrado, del que tomó conciencia el día en que una mujer le pidió permiso para tocarla como quien venera a un dios. No alcanzaba a comprender cómo emergió de ella esa imagen casi divina, pero supo utilizarla hasta el final para decir con serenidad las cosas que quería decir. Que cada pequeña acción puede provocar un gran cambio en estos tiempos oscuros. Que las naves espaciales de Elon Musk las usaría para desterrar a los presidentes Trump, Putin, Xi y Netanyahu, con su dueño como anfitrión. Que cada vida importa y hay que tener esperanza. Que la muerte era su siguiente gran aventura y estará siempre observando.