La Argentina de Milei, entre fantasías y realidades

Fabián Bosoer, jefe de Opinión de «Clarín» JEFE DE OPINIÓN DE «CLARÍN»

OPINIÓN

María Pedreda

02 nov 2025 . Actualizado a las 09:46 h.

Los resultados de las elecciones de mitad de mandato representan un aterrizaje en la realidad para el Gobierno libertario y le permiten avanzar en su gestión sin el riesgo de la ingobernabilidad. ¿Será también una pista de despegue para un país que no crece hace quince años?

Llegó al Gobierno hace dos años para «poner fin a 100 años de decadencia», se presentó como «el primer presidente libertario de la historia del mundo», dijo haber aplicado «el ajuste más drástico de la historia de la humanidad», se apresuró a calificarse como «el mejor Ejecutivo de la historia», hasta se hizo llamar «emperador». Prometió convertir a la Argentina en una de las diez principales potencias del mundo, proclamó una alianza con EE.UU., Israel e Italia «en defensa de gran gesta civilizatoria de Occidente», aleccionó a los líderes económicos y políticos en los foros internacionales, de Davos a la Asamblea General de la ONU, sobre su fracasos y defecciones, se manifestó merecedor del premio Nobel de Economía, y así...

Con tantas medallas autoasignadas y ambiciones inconmensurables no podía sorprender que Javier Milei hiciera de la primera prueba electoral de su gestión, las elecciones de medio término y renovación parlamentaria, una «batalla final» en la que se jugaba no solo el destino de su Gobierno y el futuro del país sino también el curso de la geopolítica mundial, con una Argentina camino a convertirse en otro escenario estratégico de la nueva Guerra Fría entre EE.UU. y China.

Empezó muy arriba con sus expectativas electorales prometiendo «pintar el país de violeta» (el color de su partido, La Libertad Avanza) y «terminar de sepultar al kirchnerismo», absorbiendo al PRO del expresidente Mauricio Macri, cuyos votos le dieron su triunfo en el 2023. Y terminó planteando estos comicios del 26 de octubre como «la última oportunidad». «Es a todo o nada», decía su spot principal de campaña. Apostó fuerte y ganó la partida superando el 40 % de los votos, frente a un 31 % del peronismo y el kirchnerismo (Fuerza Patria). La elección legislativa resultó una bisagra, tanto para el Gobierno como para el armado de la oposición en el Congreso, donde el oficialismo superó con holgura su objetivo de máxima, que era asegurarse el tercio de bancas para sostener los vetos presidenciales, y podrá engrosar su número de bancas tanto en la Cámara de Diputados como en el Senado.

Estos resultados, que sorprendieron a vencedores y derrotados, representan un aterrizaje en la realidad para el Gobierno libertario. Un presidente que gobernó hasta ahora con una magra minoría parlamentaria podrá contar con apoyos para construir mayorías en condiciones de aprobar sus proyectos de ley o bloquear leyes que impulse la oposición. ¿Utilizará ese capital de confianza que el electorado le ha dado para implementar una apertura al diálogo y los acuerdos que le permitan avanzar en su gestión?

Habrá que ver ahora, con los muy buenos resultados obtenidos en esta elección de medio término, si el presidente argentino toma por el camino de la desmesura a la que su predisposición lo tienta, o se atiene a los datos de la realidad para avanzar en una estabilización macroeconómica sustentable en los dos años que le quedan, y eventualmente aspirar a una reelección si los datos de la economía y el humor social lo acompañan. Disipado el fantasma de la ingobernabilidad y el bloqueo, quedará por disipar el otro fantasma que acecha: el del triunfalismo arrollador y las tentaciones hegemónicas.

A 80 años de aquel «Braden o Perón» que acompañó el origen del peronismo en otro octubre, pero de 1945, la Argentina del 2025 tiene su «Trump y Milei». La conversión de la conjunción disyuntiva en copulativa remite a la imagen del presidente Milei como aquel que viene a terminar con «la era peronista». Un reverso de la imagen de aquel caudillo populista que modeló su ascenso al Gobierno confrontando con los EE.UU. y construyó un modelo estatal de regulación económica que hace años da signos de agotamiento.