En 1949 se publicó 1984, la escalofriante profecía totalitaria de George Orwell, considerada la distopía de mayor influencia en los últimos dos siglos. La obra, escrita con Hitler ya muerto y Stalin gobernando con un despotismo monstruoso, describía la desoladora y brutal visión de un Estado como «una bota aplastando un rostro humano por toda la eternidad». Y es que el nacionalsocialismo y el estalinismo habían descubierto cómo dominar y aterrorizar a las personas desde dentro, ejerciendo un control absoluto que abarcaba tanto la alta política como los valores humanos y espirituales de sus ciudadanos.
El Gran Hermano de 1984 es la suprema autoridad que acecha sin ser vista. Es el fantasma de la vigilancia oculta, el espíritu del miedo omnipresente que mediante la propaganda y la ley intimida y reprime, bajo la infatigable coerción de la Policía del Pensamiento, responsable de eliminar cualquier disidencia. Nazismo y comunismo inspiraron a Orwell un Estado que siguen emulando hoy gobiernos en todo el mundo.
Sin embargo, para Byung-Chul Han, último premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades, el Gran Hermano ha mutado en el «big data» que todo lo ve. En Psicopolítica (2014), Han argumenta que los sistemas de manipulación y coacción de antaño han sido refinados dando paso a uno más sofisticado y eficiente. En principio, la red digital era sinónimo de libertad y comunicación ilimitadas. Hoy sabemos que es también un medio de control y vigilancia totales.
El poder disciplinario del Gran Hermano es sustituido ahora por «un poder más amable, más seductor que represor, más afirmativo que negador», que no intimida ni coacciona, que no impone la paz del cementerio porque no se enfrenta ya a la voluntad de los ciudadanos. Es un poder más sutil, gradual e invisible, que empuja a someternos por propia iniciativa al entramado de dominación. Este poder se mimetiza con nuestros deseos en vez de reprimirlos, estimulándolos incansablemente para que desnudemos nuestras vidas, transmutados en marionetas parlantes, en nombre de la libertad y la transparencia. Así, el sistema integrado por tres países digitales, Facebook, WhatsApp e Instagram, que junto a China e India son los más poblados de la tierra, almacena una cantidad incalculable de datos privados, reveladores de nuestros intereses, necesidades y costumbres, que analizan y explotan para animarnos a seguir comunicando y consumiendo. «Ahora no se tortura. Se tuitea», concluye Han.
Si en 1984 la libertad individual significa un acto de rebeldía, un desafío, una amenaza a perseguir y a sofocar, en Psicopolítica esta libertad es impulsada en dirección opuesta a la del poder opresor de Orwell, pero compartiendo el mismo fin: el control de la población. En realidad, Han no descubre nada nuevo. Hace casi un siglo Aldous Huxley profetizó en Un mundo feliz el advenimiento de un tiempo en el que viviríamos en una dictadura perfecta: aquella que, bajo la apariencia de una democracia, levantaría una prisión sin muros en la que los presos, gracias al consumo y al entretenimiento, amarían su servidumbre.