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Creo que fue en el 2004.
Recuerdo las llamadas perdidas como toque de atención, a Franz Ferdinand sonando después de Bisbal en todos los bares y el teléfono fijo chillando porque alguien había dejado el módem encendido. Creo que fue allí, esta facilidad asombrosa que desde el 2003 hace que los años se embarullen en mi cabeza tampoco podría confirmarlo.
Un cartel irritante me recibía en el portal de casa. Anunciaba que Andy, Lucas, Amaia y David vendrían a verme con sus sonrisas blancas. Las fiestas del Corpus gastaban un intento más.
Mi tonto empeño en ser diferente no me dejaba ver más allá de las canciones raras que nunca sonaban en la radio, las que me hacían pensar más en ti cuando estaba solo, pero un señor calvo y con olor a melodrama me ofreció un poco de dinero por trabajar detrás del escenario.
La humedad del éxito entre bambalinas.
Creo que fue un 20 de junio.
Llegué al pabellón de Los Remedios dos horas antes del concierto de David Civera. Tiempo suficiente, dicen, para comprender, analizar y gestionar movimientos, actitudes y margen de maniobra capaces de cumplir cualquier petición extraña.
Toallas nuevas pero lavadas, bebidas raras.
David paseaba por los vestuarios del polideportivo, sosegado y tímido, desapercibido incluso entre músicos, risas y copas de vino. Un David distinto al del escenario. La mirada baja e insegura. De pronto entendí todo.
Civera, harto de ataques gratuitos hacia la democracia y la legalidad ciudadana, con la fatiga desesperada de quien no tiene voz ni voto, decidió que la única manera de hacer su propia denuncia era escribir un número uno. Un éxito adornado con luces de colores, lentejuelas y bailes epilépticos para conseguir así pedir justicia.
Alzaba la voz denunciando a una persona que era mentirosa, también malvada y peligrosa, tanto, que David, después de demasiado tiempo, gritaba desesperado que la detengan, que ya no lo podía soportar.
El susurro amargo que te dice al oído «aguanta…» se había esfumado para él bajo este estado de derecho que no solo ganaba un aliado, sino que ponía su mensaje ante miles de personas atentas al agitar del dedo acusatorio. Al bamboleo hipnótico del bracear.
Ejemplar en su cometido advirtió de la amenaza humana y real del mejor modo que supo, con el incuestionable poder del single, llegar con su desdichada experiencia a través de la melodía tratando de evitar que nadie más sufriera a aquella, o cualquier otra, persona malvada.
Y así, sin darse cuenta, el pabellón coreaba al unísono la historia del cantante confiando que, cuanto más alto, más rápida se haría la cicatriz. La cura en el Pabellón de Los Remedios.
A David le robaron la calma, le quitaron el alma y no le dejaron na, pero su mensaje de alerta, de ayuda, ese, siempre resonará en mi cabeza cada vez que el 20 de junio del 2004 asoma a mi cabeza.
David Civera, el estado de derecho.