El personal sanitario avisa: «Tras casi un año de pandemia, por muy fuerte que sea alguien, su aguante tiene límite»

Pablo Varela Varela
pablo varela OURENSE / LA VOZ

OURENSE

Santi M.Amil

Desde el área de Psiquiatría del CHUO advierten de que «la tercera ola del covid es más grave por magnitud y por la fatiga de los trabajadores»

30 ene 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

En el CHUO, el área de Salud Laboral que dirige Luis Rodríguez colabora estrechamente con la unidad de Interconsulta y Enlace del Servicio de Psiquiatría para evaluar y seguir de cerca al personal tras la erosión física y mental sufrida en estos meses de pandemia. No se trata solamente de los sanitarios, sino también de administrativos, informáticos, personal de limpieza, de mantenimiento o gestión. «Para que un hospital o un centro de salud funcione hay muchas personas desarrollando su labor. Y evidentemente el personal sanitario, especialmente profesionales que trabajan en plantas y servicios que tratan los casos de contagiados por covid-19, han estado sometidos a un gran desgaste», observa Javier Hermida, especialista en Psicología Clínica del área de Psiquiatría del CHUO.

En la primera ola, cuando el coronavirus puso a prueba los cimientos del sistema sanitario, quienes lo mantuvieron firme fueron trabajadores que, en muchos casos, llegaban a casa exhaustos e incluso habían optado por alejarse de sus familias por un tiempo. Este sacrificio tenía un objetivo claro: evitar que el virus tuviese la más mínima opción de tocar a sus seres queridos. En ocasiones, pasaron hasta dos o tres meses sin verse. «Varias sanitarias que atienden a personas con covid-19 nos contaron cómo en los momentos de mayor impacto de la pandemia se separaron o minimizaron el contacto con familiares directos, maridos, mujeres, hijos, padres, para evitar el riesgo de un posible contagio, con el impacto emocional que eso les supuso», agrega Hermida.

Desde marzo del año 2020, el personal sanitario puso una quinta marcha que no rebajó a sabiendas de que la curva de casos podía bajar lentamente, pero también elevarse de nuevo y mucho más rápido. Como así ocurrió tras el verano del año pasado, y al igual que se desmadró tras la Navidad. «Son profesionales entrenados para soportar cargas duras, pero debemos recordar que llevamos casi un año de pandemia, y por muy fuerte que sea una persona su capacidad de aguante tiene un límite», avisa.

«Los profesionales necesitan más que nunca que les ayudemos a luchar contra esta pandemia»

Abordar el hartazgo mental de quienes han estado desde el principio luchando contra la pandemia no es fácil. «La mayor parte de trabajadores y trabajadoras que hemos atendido, más que desarrollar un trastorno mental, lo que sufren es el desgaste esperable en cualquier persona después de meses de estrés continuado», ilustra. Y este matiz es importante, porque factores como el cansancio, la fatiga, problemas de sueño o contracturas musculares, entre otros síntomas, vienen derivados de un estado de alerta constante. Como si al trabajador le fuese imposible desconectarse por un instante de la realidad diaria. «Estás día tras día conviviendo con la responsabilidad de prestar cuidados a los pacientes en situaciones extremadamente complejas, cuidando sin contagiarse... Cuestiones como la fatiga o las dificultades para dormir pueden ser indicadores de que esa persona está bordeando su límite de aguante», explica Hermida.

La impotencia ante la muerte

8.00 horas. Un trabajador del CHUO que termina su turno de noche tras estar en la zona covid-19 sale del hospital en dirección a la marquesina de buses e irse a casa. Por el camino, seguramente, se habrá topado con al menos un par de personas que incumplen las pautas marcadas por las autoridades sanitarias para frenar la cadena de transmisión del coronavirus. «Genera impotencia. Salir de trabajar, ver en la calle y en otros lugares a gente incumpliendo las normas para evitar contagios que a estas alturas ya deberíamos tener claras», lamenta Hermida.

Pero además, hay otro factor que lamina poco a poco al personal. En la uci hay quien ha visto con sus propios ojos cómo el virus se llevaba a uno, después a otro, y más tarde a otro más. «Nos han transmitido la sensación de disforia, del dolor que les genera ver a personas sufriendo y muriendo a diario en sus servicios. Y esta tercera ola no solo es grave por su magnitud sino porque las personas que luchan contra sus efectos están muy fatigadas. Por suerte contamos con profesionales excepcionales en los hospitales y en Atención Primaria, pero en este momento necesitan más que nunca que les ayudemos a luchar contra esta pandemia», dice el psicólogo.

Santi M. Amil

«El efecto psicológico de no querer acudir a consultas seguirá»

«Antes, había un exceso de consultas al médico de familia por problemas que podían ser triviales. Ahora, hablamos de una situación totalmente diferente», expone José Luis López-Álvarez, coordinador en el centro de salud de A Cuña y miembro del comité clínico que asesora a la Xunta en la gestión de la pandemia. Con el paso de los meses, se han ido encontrando con usuarios de toda la vida que, por ahora, se muestran reticentes a las citaciones físicas. «En algunos casos les pides que vengan, y te preguntan si es posible resolver por teléfono. Hay ese temor de que los centros de salud no son un espacio seguro, y seguramente no sea cierto. Solo tenemos que trabajar con mucho cuidado para evitar demasiada afluencia», razona.

El temor a enfermar, especialmente entre quienes ya peinan canas, es uno de los factores que inclinan a algunos pacientes a explotar la vía de las consultas telemáticas. Pero López-Álvarez recuerda que en muchos casos sigue siendo imprescindible realizar evaluaciones físicas. «El efecto psicológico de no querer acudir a las consultas seguirá, pero hay situaciones en las que precisamos tocar a la gente. Y la citamos aportándole toda la tranquilidad porque realizamos la exploración usando la mascarilla», explica.

A mediados de diciembre, cuando se acercaba la Navidad y las autoridades sanitarias recalcaron el mensaje de limitar las reuniones sociales en días muy marcados para evitar un nuevo repunte de casos, el coordinador de A Cuña advirtió de que la tercera ola sería la de la salud mental. Y en paralelo a la curva de afectados, ha ido esta otra, la del cansancio mental tras meses y meses de idas y venidas en la lucha contra el covid-19. «Habrá que ver el impacto económico a medio plazo, también. Pero la realidad actual es que hay mucha gente agotada, como puede ser el personal sanitario, y a la vez otros con miedo, sobre todo aquellas personas que son vulnerables y temen que a raíz del virus puedan estar mal», dice.

«La realidad es que en el campo estamos todos más dispersos»

El adiós temporal a la ciudad

«Hemos descubierto que muchas de nuestras casas no estaban preparadas para un confinamiento», expone López-Álvarez. El facultativo sostiene que, a raíz del encierro domiciliario de la primera ola, aún hay quien arrastra «traumas» por el tiempo continuado entre cuatro paredes. «Hay viviendas que no tienen espacios que den al exterior. Sin balcones para salir a tomar el aire aunque sea un momento, y eso puede notarse», cuenta.

Si un diseño arquitectónico más cerrado en un inmueble puede tener su impacto, en el centro de salud de A Cuña constatan que la ciudad, para más de uno, se convirtió en una jaula. «Mucha gente que tiene casa habitable en el campo se marchó allí durante la pandemia», dice el coordinador. Esta decisión no siempre es definitiva, pero hay quien ha optado por no regresar hasta que la situación sanitaria sea más favorable.

Eladio, vecino de Paderne de Allariz de 82 años recién cumplidos, vivía en Ourense desde hace 30. Es usuario del centro de salud de A Cuña y acude físicamente a causa del Sintrom. «Pero la mayoría de consultas médicas que hago son por teléfono. Voy solo por lo indispensable», explica. A mediados del pasado mes de diciembre fue intervenido en Vigo por unos problemas coronarios, y estuvo ingresado unos días.

Ahora, ya en su casa de Paderne, trabaja su finca. Tiene algunas viñas y también cebollas. Lo habitual es que regresase en verano y los inviernos estuviese en su piso de Ourense, para guarecerse del frío, pero optó por irse de la urbe de As Burgas en la primera ola y, desde entonces, solo regresa para lo justo y necesario. «Este año decidimos quedarnos aquí porque estamos más libres. Voy a pasear todos los días, ando un par de kilómetros, trabajo cuando hace buen tiempo. Tengo una finca grande y eso se agradece. Y de momento, nos vamos librando del virus», explica. En el campo, dice, «estamos más a nuestro aire». Y sí, también se encuentra con gente en sus caminatas diarias, «pero la realidad es que aquí estamos todos más dispersos».