César Pérez Gellida, premio Nadal: «Ahora parece que todo es novela negra: si hay un muerto, es novela negra»

Ruth Nóvoa de Manuel
Ruth Nóvoa OURENSE

OURENSE

César Pérez Gellida presentó su libro en Ourense y este miércoles estará en Bueu y el jueves en A Coruña.
César Pérez Gellida presentó su libro en Ourense y este miércoles estará en Bueu y el jueves en A Coruña. Miguel Villar

El autor, que está promocionando en Galicia «Bajo tierra seca», asegura que lo que le llevó a escribir fue el insomnio porque se inventaba historias para quedarse dormido

06 mar 2024 . Actualizado a las 16:56 h.

César Pérez Gellida (Valladolid, 1974) eligió Extremadura para ambientar su última novela —y van catorce—. También podría decirse que Extremadura lo eligió a él. Y es que para Bajo tierra seca (Destino), con la que ganó el premio Nadal, el autor había pensado también en Castilla- La Mancha y en el occidente de Andalucía. Pero, en cuanto pisó Zafra, decidió que sería ese trozo del mapa de la «España hostil» el que le permitiría contar la historia de Antonia Monterroso, la propietaria de una de las mayores haciendas de esa región que desaparece tras un incendio. El lector no solo viaja a Extremadura, también a principios del siglo XX, a una época cien años anterior a la del resto de las novelas de Gellida. Con familia en Ourense (pasa un mes de vacaciones en un pequeño concello de la provincia), arrancó este martes en la librería Nobel de la ciudad su ruta por Galicia, que este miércoles lo lleva a Bueu y el jueves hasta A Coruña.

—En sus trabajos anteriores estaba muy presente Valladolid. ¿Era uno de sus personajes?

—Cuando empecé a escribir Memento mori tenía muy claro que el entorno tenía que ser protagonista y no hay rincón en el planeta que conozca mejor que Valladolid. Quería hacer alarde de mi ciudad y me encanta que esté presente en mi obra.

—Hay hasta una ruta literaria basada en sus novelas.

—La organizó el Ayuntamiento, yo hice el guion y está muy concurrida. Lo hicimos durante dos años y cuando salió la serie Memento mori se retomó. ¡Siempre hay gente!

—Y Extremadura, ¿era una tierra que conocía?

—Fui en octubre del 2022. Primero visité sitios de Castilla La Mancha. Me fui con el coche y cuando pasé por Almendralejo, Zafra, sobre todo Zafra, lo vi claro. Está muy bien. El pueblo es muy visual, muy cinematográfico, es pequeñito, es manejable... y había un componente clave que era la penetración del caciquismo, por los latifundios, y me interesaba mucho ese componente para la historia que quería contar porque tiene un trasfondo político y social.

—«Quién es César Pérez Gellida, el pavo que ha ganado el Nadal». La frase es suya. La hizo tras recoger el premio. ¿Cómo la contesta?

—Es un escritor que está aquí por puro vicio. No tenía pretensiones. Escribir no fue algo vocacional para mí. Me encontré en el 2012 con una historia que contar, la de Memento mori. Por suerte no tuve que llamar a ninguna puerta porque la puerta me la abrió alguien que estaba muy conectado al mundo editorial. A veces me siento como un hámster en la rueda, pero contento de estar en la rueda. En ningún momento me siento agobiado. Me he metido en un círculo de querer seguir avanzando y la verdad es que no quiero salir de él.

—Si echa la vista atrás...

—Han sido años muy intensos. Desde el éxito editorial de Memento mori ha habido mucha autoexigencia. En el momento en el que apareces en una industria en la que no te conocen, pero se empieza a hablar de ti, el nivel de exigencia lo pones tú. Para mí el objetivo siempre ha sido tratar de superarme en la siguiente novela. Y cuando llevas catorce el mérito es mantenerte en la honestidad: no pensar en ti como autor, no pensar en los lectores ni pensar en la editorial. Pensar solo en la historia.

—Hablaba de que un mundo en el que era desconocido cuando le llegó el éxito. ¿Sintió al principio miradas por encima del hombro?

—La editorial no es muy diferente a otras industrias. Además, desde el principio entendí que los compañeros que publicábamos en el mismo género teníamos que ayudarnos mucho. Yo vengo del mundo comercial, del márketing. Si mis compañeros —Dolores Redondo que fue la primera que explotó, María Oruña, Mikel Santiago, Santiago Díaz, Benito Olmo— crecen, estamos haciendo crecer también la categoría porque compartimos muchos lectores. Solo tengo buenas palabras para mis compañeros. Habrá otros que me miren con cara extraña. Me importa poco.

—¿Lee a esos otros autores o tratándose de novela negra prefiere no hacerlo? Quiero decir, ¿le preocupa una especie de contaminación?

—Sí, los leo. A algunos de forma obligatoria, porque me aportan mucho. Si hay algún tipo de intoxicación, es intoxicación positiva. Luego hay otros escritores que también me conviene leer porque me apetece hacer algo distinto. O porque necesito refrendar que mi estilo es distinto del de los demás. Una cosa que hacemos siempre es enviarnos las novelas entre nosotros. La novela negra, en todo caso, es inabarcable. Porque cada uno introduce unos elementos distintos. Aunque ahora parece que todo es novela negra: si hay un muerto, es novela negra.

—¿Cuánta conciencia pone en distinguirse, en seguir acuñando su propio estilo?

—Lo hago de forma inconsciente. No he ido nunca a ningún taller literario. Y me he mantenido siempre en la misma forma de escribir, la que me llevó a mí a ponerme delante del teclado, que fue el insomnio. En su día, para estar tranquilo en la cama, lo que hacía era inventarme una historia. Y al día siguiente la retomaba en el punto donde me había quedado dormido el día anterior. Así empecé con Memento mori. Y cuando esta historia fue creciendo en mi cabeza decidí atraparla en papel, pero sin la idea de que fuera publicada. Mi estilo no ha variado mucho. En lo estilístico hay una mejora, una prosa más despejada, se nota que hay un proceso. Pero a la hora de construir la trama yo siempre lo hago exactamente igual: un capítulo me lleva a otro, y otro a otro y otro a otro.

—¿Sin esquemas previos?

—Yo no trabajo con escaleta, en narrativa. Sí en el guion, que es un formato mucho más cerrado.

—De hecho «Bajo tierra seca» arrancó como un guion.

—Nació con ese formato. Estaba haciendo la escaleta del capítulo tres cuando decidí dar un paso atrás para escribir la novela porque me estaba coartando la libertad que tengo cuando escribo narrativa.

—¿Cómo influyó su trayectoria profesional previa no en escribir pero sí en vender lo que escribe?

—Mucho. Desde el principio entendí que el producto es el escritor. Y he trabajado con las editoriales en tener una marca propia, en este casi mi apellido, Gellida. Pero todo eso tiene que estar asociado a un estilo muy reconocible. Si no tienes algo que te diferencie de los demás, es muy difícil.

—¿Cómo es su relación con los lectores? Es muy activo en redes.

—La relación que tengo con mis lectores, o si quieres con mis seguidores, es excelente. Muchos de mis lectores me siguen en redes sociales y los que me siguen en redes sociales son mis lectores. Tengo suerte porque nunca he tenido mucho hater, aunque no quiere decir que no tenga críticas negativas. Pero sin cruzar la frontera de la falta de respeto.

—¿Cómo están acogiendo «Bajo tierra seca», que supone un cambio respecto a su trabajo anterior?

—Los escritores tenemos que ponernos retos personales que nos hagan crecer. Y a mí me hace crecer mucho ponerme un poco complicado el oficio. Los lectores lo entienden y además ya les ha pasado con obras anteriores.

—Leí en una recomendación de su obra: «Gellida siempre está matando gente». Añado: y de qué manera. ¿Por qué cree que al lector le atraen estas novelas, tal y como demuestran las ventas?

—Al lector le llama más la atención el mal, la oscuridad, que el bien. Sí entiende que las personas sean capaces de ser bondadosas, porque todos somos capaces de cometer actos de bondad. Pero le cuesta mucho más trabajo entender por qué se cometen determinadas barbaridades. Le atraen no solo los actos, también los porqués. Y yo trabajo mucho en eso. En mis novelas no está el interrogante de quién es el asesino, pero sí el de las motivaciones. ¿Por qué se comporta así?

—¿Estar en una lista como la del premio Nadal impresiona? ¿Con qué autores especialmente?

—Si tuviera que elegir uno sería Miguel Delibes. No sabría decir si me lo he leído todo de él, pero casi todo y me ha marcado mucho. Francisco Umbral, Ana María Matute, Carmen Laforet... el libro con el que ganó el Nadal, en la primera edición, Nada, me lo leí con 19 años o 20 años, y también me marcó. El hecho de estar en ese listado me parece acojonante... porque además nadie te va a sacar (risas).