Que la vida iba en serio

tareixa taboada OURENSE

OURENSE

Obras de Simón Muñoz en Roberto Verino
Obras de Simón Muñoz en Roberto Verino Santi M. Amil

Los retratos de Simón Muñoz ocupan el Espacio de Arte Roberto Verino

13 ene 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

«Que la vida iba en serio / uno lo empieza a comprender más tarde / como todos los jóvenes, yo vine / a llevarme la vida por delante». Gil de Biedma.

El revolucionario visionario de la moda Roberto Verino presenta en el Espacio de Arte que preside, la exposición As meniñas de Simón Muñoz Veiga. El artista plantea un brillante ejercicio de relectura contemporánea de los códigos pictóricos barrocos: de los retratos de corte de Velázquez al naturalismo de Caravaggio y Hals.

Simón Muñoz, haciendo uso de una destreza superior para el dibujo e innovando a través de una técnica en apariencia sencilla de lápices de color como vehículo de intensidad emocional, intensifica el contraste entre la inocencia infantil y las tensiones subyacentes de la mirada adolescente, captura la complejidad emocional y la tensión entre lo formal y lo íntimo, emulando la sublime dignidad de las Meninas en sus Meniñas, estableciendo un juego léxico en el giro idiomático y un paralelismo plástico en el protagonismo de las adolescentes. La minuciosidad técnica del artista, lejos de buscar la reproducción exacta, plantea una reinterpretación que, al igual que las composiciones de Rembrandt, juega con la percepción y la representación del aire desde un aspecto introspectivo y desde una mirada ajena.

El tratamiento de la luz y la sombra, reminiscente de los grandes maestros del Barroco, imprime a las figuras una atmósfera solemne y meditativa, evocando la tradición de los retratos de infantes de Velázquez o Zurbarán. El delicado uso de los tonos cálidos y vibrantes, combinados con la precisión técnica, le permiten transformar lo cotidiano en un espacio cargado de simbolismo en la gestualidad de las poses y expresiones que trasladan la emoción y profundidad psicológica del sujeto. Cada trazo, cada matiz cromático, revelan un estudio profundo de la luz y la sombra, análisis de la forma sobre un fondo neutro para dotar de total protagonismo a la púber y una ternura casi melancólica de la breve euforia de una juventud fugaz en iluminaciones, reservas y calidades emocionales derivadas de la predilección por cromáticas cálidas, también otoñales que reflexionan sobre el paso del tiempo y la fragilidad de la memoria y que constituyen un reto plástico para el autor, ya que se confiesa daltónico.

Muñoz, que ha emprendido la aventura de abrir una academia de pintura en la ciudad, evoca el imaginario barroco, particularmente la tradición del retrato cortesano con sus elaboradas composiciones y su pátina de naturaleza muerta.

Bajo una conceptualización de la naturaleza y de los objetivos de la pintura en la idea de mímesis o reproducción casi exacta de los elementos de la realidad, el naturalismo en la captación de los rostros o la aplicación de los colores de cada materia en la temperatura que desea expresar en la piel de lo orgánico, en los pliegues de las telas, en la delicadeza de los detalles simbólicos como flores o frutas, que remiten en su significado plástico a la juventud e invitan al erotismo, ocultando su amarga y apremiante realidad existencial de envejecimiento y putrefacción.

La minuciosa aplicación del color, además de un alarde técnico, se convierte en una herramienta de indagación emocional a través de las texturas que genera el entramado lineal de campos tonales en diálogo de espacios, edificando un puente entre lo objetivo y lo subjetivo, lo onírico y el deseo, evocando una dualidad entre lo visible y lo invisible, entre la inocencia de la infancia y la mirada introspectiva y la zozobra del despertar adolescente. La obra no solo remite a los grandes maestros del barroco, sino que establece un diálogo silencioso con la actualidad, provocando en el espectador una reflexión sobre el poder de la mirada y la fugacidad de la juventud a través del lenguaje simbólico de las flores, como se deshoja de manera accidental y silenciosa y cae el pétalo, como la mariposa morirá en un suspiro, ataviada por una belleza tan magnífica como breve y letal, distorsionando el aparato formal del retrato clásico, transitando de la exactitud a la emoción.

Su esmerada figuración, de emoción contenida, evoca la sutil transición entre la inocencia y la conciencia, a través del reflejo de una mirada exterior que recurre al mismo mecanismo visual del Barroco para subrayar la tensión entre lo presente y lo ausente. La técnica, que se aleja del óleo tradicional, permite una atmósfera más intimista, donde la presencia de la figura se diluye en el trazo, elevando el retrato a un terreno psicológico y simbólico que resuena con fascinante complejidad.