Escribe las memorias de sus 96 años para regalárselas a su familia: «El gran amor de mi vida ha sido la música»

María Doallo Freire
María Doallo OURENSE

CELANOVA

O Cacharolo posa con su libro, en su casa de Celanova
O Cacharolo posa con su libro, en su casa de Celanova ALEJANDRO CAMBA

El vecino de Celanova Manolo Fernández acaba de publicar su autobiografía titulada «O Cacharolo»

26 jul 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

A Manuel Fernández Pérez (Cortegada, 1928) todo el mundo lo conoce como Manolo el de Fenosa. «Hasta que me jubilé yo llevaba la agencia de esa distribuidora de electricidad en Celanova», explica. Precisamente a ese municipio se mudó en 1952 y, aunque defiende que sus raíces están en la aldea de Balón, en Cortegada, admite que la villa de Curros Enríquez es su casa. «He pasado aquí más tiempo que en ningún otro sitio», razona. Celanova es el escenario de la mayoría de sus recuerdos, que todavía conserva intactos. Sobre su trabajo, sus aficiones y su faceta más personal escribe Manolo en el libro O Cacharolo, una autobiografía que ha realizado como regalo para sus familiares y amigos. «Mis hijos me animaron a que lo hiciese porque querían conocer todas mis vivencias», confiesa. 

Manolo adelanta algunas de las historias que plasma en el libro, aunque sin desvelarlas, para que todo aquel que quiera saber más sobre su vida pueda pedirle la publicación y descubrirla por sí mismo a través de las letras que él escribió. Más concretamente las tecleó, pues este hombre de 96 años se pasó un mes entero dedicando la mayoría de horas del día a mecanografiar sus memorias. «Fui poco a poco plasmando todo lo que recordaba, desde que tenía un año hasta hoy», afirma. Dice Manolo que su vida no fue fácil. Fue humilde y llena de anécdotas. Su padre emigró a Argentina cuando él tenía meses de edad y ya nunca lo volvió a ver. «Se marchó con mi tío y con muchos otros hombres gallegos. No reclamó a su familia y cuando yo tuve la oportunidad de viajar allí para tratar de encontrarlo, ya había muerto», admite. La madre de Manolo, que estaba embarazada de su hermana cuando su padre los dejó, consiguió un trabajo en un colegio de Vigo y entonces a él le tocó buscarse la vida en el pueblo, donde se quedó a cargo de los abuelos. 

Se puso a trabajar con 11 años. Empezó como pinche del cartero, luego estuvo en una fábrica de madera y, más tarde, pasó a ser aprendiz en un aserradero. «Aún siento la dureza física de aquel trabajo sobre mis hombros casi infantiles», afirma Manolo. Este último empleo lo compaginó con clases nocturnas y también con su gran amor, la música. «Ensayaba una vez a la semana y tocaba el clarinete en la banda de Valongo (Cortegada)», recuerda. 

De la madera se pasó, por casualidad, a la electricidad. «El encargado de la central hidroeléctrica que estaba delante de la finca en la que yo trabajaba ese día, me pidió ayuda y me vio tan ágil que me contrató», afirma. «Pasé por varias zonas hasta que la entonces General Gallega de Electricidad me contrató. Al poco tiempo me propusieron ponerme al frente de la plaza que había libre en Celanova y eso cambió mi vida para siempre», admite. La vida de O Cacharolo estuvo desde entonces vinculada a la electricidad. El mote, que da nombre al libro, es el de su familia. «Lo llevaban ya mis abuelos y cuando yo era un niño me llamaban cacharoliño, así que me pareció bonito recuperarlo ahora», explica el vecino de Celanova. A este municipio se mudó ya casado con la que fue madre de sus seis hijos. Hoy en día, la familia ha crecido mucho. Tiene tres nietas y seis bisnietos.

La vida amorosa de Manolo también tiene anécdota. «Me separé de mi esposa cuando nuestros hijos tenían ya la vida encaminada y yo estaba jubilado. Al poco tiempo me encontré en el balneario de A Arnoia con la que fuera mi novia de adolescente y nos volvimos a juntar», confiesa. Aún así, este celanovés de adopción admite: «El gran amor de mi vida ha sido la música». «Toco muchos instrumentos, compongo y también me gusta producir armonías en el ordenador», cuenta. De hecho fue presidente de la Banda Municipal de Celanova durante trece años. Se atreve con el saxo alto, el clarinete, la tuba... y también disfruta muchísimo escuchando orquestas en directo.

Lleva toda esta vida en su mochila de recuerdos, pero Manolo todavía tiene energía para ir creando algunos más. Por las mañanas se anima a componer en el ordenador y pasa todas las tardes echando la partida en el centro social de Celanova. «También me gusta salir a pasear al fresco y conversar con amigos», concluye.