
Las obras para su reconstrucción en San Amaro todavía se extenderán durante todo este año, cuando la comunidad espera retomar sus actividades de retiros y de formación
23 feb 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Hace un año que en el monasterio budista Chu Sup Tsang tuvieron que poner en práctica la teoría del principio de la impermanencia. Ese que dice que todo cambia y que nada perdura. A marchas forzadas. El día 27 de febrero del 2024, a las cuatro de la tarde, el crepitar de las llamas rompió el silencio en el que viven las monjas Tenzing Ngeyung y Tenzing Palmo, y el lama Gueshe Lobsang. Era un martes de mucho frío en Ventoselo, en el municipio ourensano de San Amaro, en el que había que alimentar cada poco la chimenea, la que terminó siendo la protagonista de un incendio que no dio tregua hasta el cuarto día y en el que se utilizaron más de cien mil litros de agua para extinguirlo. «Os bombeiros falaban que nunca tiveran que volver tantas veces a un lume», recuerda una de las monjas.
Las paredes manchadas aún por el negro de las llamas serán próximamente la mejor prueba de que «unha cousa sempre dá lugar a outra». Así habla Tenzing Ngeyung habla de la reconstrucción de su casa, el monasterio budista y también centro de formación fundado en el 2009 por el lama Gueshe Tenzing Tamding. Único en Galicia y de referencia en toda Europa.
Los trabajos comenzaron unos dos meses después del incendio y continúan hoy con la vista puesta en el 2026 como el año de la vuelta total a la normalidad y con ella a las actividades en el templo. «Parece que non se avanzou nada, pero aquí non paramos. A outra parte grosa do traballo foron os labores de recadación», afirma. De los 700.000 euros que estiman que costará la reconstrucción del centro, ya han asegurado un 75 % entre donaciones y seguros. Fuera de ese presupuesto está el mobiliario, que va desde las literas, las mesas o las sillas hasta los electrodomésticos de una cocina que llegó a dar comidas para 183 personas.
Un año después siguen recibiendo donaciones. Porque lo perdieron todo. Solo pudieron salvar lo mínimo: los hábitos, un par de libros y sus ordenadores. «Houbo un bombeiro optimista que nos dixo que nos próximos días poderiamos recoller todo o que tiñamos nas habitacións porque nese momento aínda non arderan. O peor do lume non foi o primeiro día, iso chegou ao final. Levouno todo», recuerda Tenzing Ngeyung. Lejos del sufrimiento del apego, de perder los recuerdos de una vida y cientos de libros, se sienten afortunadas de no tener que lamentar vidas humanas o de animales. Solo cinco días antes había ardido un edificio de 138 viviendas en Valencia en el que murieron diez personas y casi un centenar de animales. «Lembro que neses días non me sacaba da cabeza a traxedia de Valencia. Iso si que foi terrible, aquí só perdemos cousas materiais», afirma. Precisamente, la empresa que investigó las causas del incendio de Valencia fue la que también se desplazó a Ventoselo para estudiar su caso.
En tiempo récord
Tuvieron que esperar dos meses para comenzar la reconstrucción porque literalmente fue el tiempo que tardó la estructura del monasterio en enfriarse. También fue el momento para investigar las causas, de recibir a los técnicos de los seguros, a la Guardia Civil... Y de conseguir las licencias, primero de demolición, y de preparar el nuevo proyecto. De esto último se ocupó una de las monjas, Tenzing Palmo, que es arquitecta. «Lo que llevaría varios meses —explica ella—, aquí lo hicimos en uno». Visualmente, explican, todo será igual que antes del incendio, pero aprovecharán para mejorar la calidad de los materiales —sobre todo madera de abeto— y hacer algún cambio de diseño. Ahora el patio central estará completamente cerrado, cuando antes había dos ranuras por las que se colaban los pájaros, el viento y la lluvia. También se perderán algunas ventanas, pero la chimenea la van a mantener. «Melloraremos a súa instalación, claro, que de todo se aprende! Pero os expertos dixéronnos que non renunciásemos a ela, que non tiña problema», señala Ngeyung.
De aquellos días pasados conservarán de recuerdo dos estatuas quemadas del buda —que muchos discípulos se interesaron en comprar— y un banco del comedor al que el fuego le dejó un gran agujero. También tendrán siempre los vídeos que fueron apareciendo en Facebook de cómo las llamas se hacían con el monasterio: «Estabamos nós observando como ardía todo e xa estaba subido nas redes sociais. En cinco minutos». Aún no les había dado tiempo a reaccionar y llamar al lama Gueshe Tenzing Tamding y al resto de monjas y monjes que no se encontraban en aquel momento en Ventoselo. «Dicíalles: ‘‘Si, o que estades vendo en Facebook é certo. Está pasando agora mesmo''». Después ardió mucho más: «Nos dormitorios era todo combustible: as liteiras de madeira, os colchóns, os libros, a roupa da cama... Só faltaba un bidón de gasolina», recuerda.
En esas tres noches ninguno pegó ojo. Al estar rodeados de naturaleza, temieron que el incendio pudiese convertirse también en uno forestal. Estuvieron en contacto con los bomberos para mantenerlos al tanto de la evolución de las llamas. «Dicíannos: ‘‘Se pasa de aquí o lume, chamádenos. Se non, aguantade''», recuerdan las dos monjas.
El fuego devoraba su casa un día tras otro y ellos celebraban «a sorte de estar vivos». Hoy el monasterio es en sí mismo un recuerdo de la impermanencia, de ese cambio constante que a veces cuesta aceptar aunque ya haya ocurrido. Esa es su enseñanza: «O problema sería pretender que as cousas son permanentes».