Una publicación reflejará la vida en las aldeas abandonadas de las provincias de Ourense y Lugo
VIANA DO BOLO
Manuel Chapela y Cristina Ferreiro recorrieron los pueblos
10 oct 2016 . Actualizado a las 10:06 h.Un viaje por la costa gallega en busca de sitios «desconocidos» y otro muy distinto por Andalucía, donde sintieron la morriña del que está lejos de casa, están en el origen del proyecto que emprendieron dos jóvenes del campus de Pontevedra. Manuel Chapela, estudiante de Publicidade e Relacións Públicas, y Cristina Ferreiro, titulada en ese grado, se subieron a una furgoneta alquilada y durante veinte días recorrieron siete aldeas de la comunidad con menos de diez habitantes.
Querían, explica Cristina, de 24 años y natural de Lugo, captar la esencia de esos lugares y, sobre todo, hablar con su gente, dar voz a esas personas mayores que se van quedando solas. Ese trabajo, que hoy sigue abierto a tener una continuidad, acabó siendo «un proyecto más personal que profesional». Fotografías y textos, además de ilustraciones aportadas a través de una convocatoria en las redes sociales, conforman el libro O derradeiro bafo, del que ellos autoeditarán doscientos ejemplares. Verá la luz antes de que acabe el año.
Manuel, moañés de 23 años, apunta que tuvieron que ajustarse a un presupuesto de 5.000 euros. Esa cantidad, que incluye todos los gastos y todo el proceso, fue la que recibieron de la Xunta al ser seleccionado su proyecto en el programa Iniciativa Xove. Aunque el viaje por las siete aldeas -de las provincias de Ourense y Lugo- lo hicieron ellos solos en una Camper blanca, en O derradeiro bafo también colaboraron otros tres jóvenes (Miguel Ángel Acosta, María Losada y Manuel Illán). La experiencia arrancó el pasado 12 de julio y de esas horas compartiendo conversación, paseo, comida y algunas tareas del campo con los lugareños se llevan «muchos amigos».
Cristina y Manuel, que se conocieron en la facultad, hacen hincapié en la generosidad y en la felicidad que encontraron en los habitantes de unas aldeas que, por ley de vida o quizá del mal llamado progreso, están casi condenadas a quedarse mudas. «Es gente que agradece la conversación y la compañía. En todos los sitios nos dijeron que nos quedáramos más tiempo. Desde luego te hacen creer en la gente y yo, personalmente, que soy de ciudad, aprendí muchas cosas», relata Cristina.
La experiencia de Viana do Bolo
Las fotografías se hicieron con cámara analógica y digital, en color. Cada aldea tendrá su capítulo, como dice Manuel, en el libro, que se editará en gallego y castellano. Para ser rigurosos y fieles a esos «amigos» que dejaron y con los que esperan reencontrarse pronto grabaron algunas de las conversaciones para el libro. Entre las anécdotas vividas ambos coinciden en elegir una, sin despreciar otras muchas. Fue en A Servaínza, en Viana do Bolo. «Llegamos a las cinco de la tarde sin comer y a los diez minutos ya teníamos la mesa puesta y comida. Nos insistieron y se lo agradecimos. Al final acabamos cenando con la familia, que nos mostró las fotos familiares y nos sacó licores». Manuel, Milagros y su hijo Nemesio no querían que la pareja durmiera en la furgoneta y les ofrecieron una cama. «Les dijimos que no, que no hacía falta, que dormíamos en la furgoneta, les costó y al final lo aceptaron, pero a la mañana siguiente ya nos tenían puesta la mesa del desayuno... y nos invitaron a volver para la matanza».
Las tertulias les sirvieron para tirar por tierra algunos tópicos sobre política y religión en el rural. Ni todos son del PP ni todos hablan bien de los curas. La última parada fue en A Edrada, en Vilariño de Conso. La pareja promete volver a cada aldea con un libro para sus protagonistas.