Seamos sinceros o, simplemente, seamos menos hipócritas. Si el cadáver que apareció en la casa de O Chucán hace tres años no fuera el de Pilar Palacios Caballero, una prostituta del club Tosca, sino el de la maestra del pueblo de Sober, la rocambolesca autoinculpación destapada esta semana por el periodista Carlos Cortés no llegaría a salir en las portadas de los periódicos ni en los sumarios de los informativos nacionales. Sería una buena historia fabulada de alguna colección de novelas de serie negra que, a lo sumo, tendría su hueco en las reseñas de las secciones literarias, pero no en las páginas de información. No habría habido un fallo tan vergonzante del sistema que nos hemos dado para convivir; O Chucán no habría salido absuelto o, cuando menos, el crimen de Pilar Palacios no quedaría sin resolver.
La alarma social
El cuerpo sin vida de la maestra de Sober en la cuadra de O Chucán habría creado más alarma social que el de la prostituta del Tosca, ¿verdad? Por lo tanto, en esta sociedad cínica en la que habitamos, los poderes públicos habrían reaccionado de forma similar a como lo hacen en las películas: equipos especiales de investigación criminal enviados desde Madrid, análisis de restos de ADN en 200 metros a la redonda del domicilio de O Chucán y, llegado el caso, se cursaría petición de colaboración a las agencias internacionales más sofisticadas para resolver el crimen.
El despliegue hubiera sido parecido, por desmedido y peliculero, al que presenciaron atónitos este pasado martes los vecinos de Fisterra y Cee para, simplemente, trasladar a los juzgados a los alcaldes de esos pueblos, por presuntos delitos de cohecho y malversación. En esas dos villas no se habían visto tantos furgones juntos de las Fuerzas de Intervención Rápida de la Policía Nacional ni cuando las mareas llegaban negras y el Prestige se paseaba por sus costas de arriba para abajo.
El arrebato asesino que, según su autoinculpación de este semana, le entró a O Chucán la noche del 14 de septiembre del 2007 después de hacer el amor con la víctima nos ha pillado en un renuncio colectivo. A la Justicia, a las fuerzas de seguridad, a la Fiscalía, al jurado popular... y, por supuesto, a los servicios sociales. También a sus vecinos de Sober, porque su reacción de indiferencia al conocer que O Chucán quedaba absuelto del crimen de la prostituta no habría sido tal si la asesinada hubiera sido la maestra, la asistente social o una joven de Sober.
Persona enferma
O Chucán es una persona enferma que requiere medicación, desamparada; un hombre solitario, callado y tranquilo hasta que le da el arrebato. No es un caso único ni mucho menos, pertenece a un perfil de excluidos que todavía pervive en zonas rurales. Al margen de que la Fiscalía, por la presión mediática, se sienta ahora en la necesidad de lavar su conciencia y su imagen enviándolo de nuevo a la cárcel de Bonxe, al margen de que nos sintamos todos un poco hipócritas, ¿dónde estaba la noche del 14 de septiembre ese que llamamos Estado de bienestar? ¡Tantas veces nos conmueve más un perro que un ser humano!