Los tractores sacan pecho en Cambados

Rosa Estévez
rosa estévez VILAGARCÍA / LA VOZ

PONTEVEDRA

MARTINA MISER

Los vehículos agrícolas de la parroquia de Vilariño, engalanados para la Festa do Labrego, demostraron ayer que el «agroglamur» no es algo exclusivo de la localidad cinéfila de Cans

26 may 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

El chimpín engalanado se ha convertido en un símbolo de Cans, esa localidad de O Porriño en la que el cine ha querido hacerse un guiño a sí mismo. Pero lo de engalanar los vehículos agrícolas, sean chimpines, carricaos, tractores o carros de vacas, viene de lejos. En Vilariño (Cambados) llevan más de treinta años poniendo monas las máquinas de faena para asistir a la Festa do Labrego, una celebración que nació para homenajear a quienes trabajan la tierra de sol a sol.

Hasta once vehículos agrícolas se vistieron ayer para acudir a la fiesta. Todos eran tractores y carricaos modernos, reconvertidos en furanchos, en fincas sembradas con patatas, en casas rurales e incluso en museos etnográficos. Y es que los concursantes se lo toman en serio. Unos, los más sofisticados, cuidan la puesta en escena y todos los detalles, incluso el chorizo asándose sobre una parrilla de mentira en una pequeña aldea con palomar, casas y bancos de piedra. Otros, utilizan la tecnología para poner en movimiento a los trabajadores de una empresa de ferralla en la que el fuego ardía de verdad. Hubo también quien colgó de su chimpín una ecléctica colección de arte que incluía desde un «puente de elefantes» llegado desde Calcuta en 1962, hasta un artilugio con el que en 1925 alguien medía el vino en Corvillón. Por no faltar, a los tractores no les faltaban ni los espantallos. Uno de ellos, construido con una careta de marciano teñida de rojo, se recostaba ufano en su tractor, seguro de que con sus ojos enormes y su color de piel podría incluso con Los Pájaros de Alfred Hitchock.

Entre todos los vehículos que se presentaron a concurso, uno destacaba por la sencillez de su atuendo. Era un carricao discreto cuyo motor arrastraba un viejo carro de vacas abrazado por collares de pampullos, fiunchos y otras flores de la primavera. Estaba situado muy cerca de la entrada del recinto festivo, justo al lado de los árboles bajo los que descansaban los caballos en los que muchos romeros habían llegado. Allí cerca, la organización había colocado un panel lleno de dibujos infantiles sobre la Festa do Labrego. Y un poco más lejos, todo estaba listo para empezar a repartir entre la concurrencia generosas raciones de pan con chorizo. Puestos de rosquillas por aquí, atracciones infantiles por allá, completaban un recinto festivo en el que los abuelos cogían a sus nietos en brazos para que pudiesen ver los cerditos, las cabritillas y las palomas que habían asistido a la fiesta a bordo de algún tractor. Y una pareja de ancianos, cogidos del brazo, paseaba arriba y abajo del recinto mirándolo todo con los ojos llenos del orgullo de los labregos.