La vuelta al cole no es igual para todos: «No gasto un euro, mis hijos llevan chándales con rodilleras y no pasa nada»

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

La pontevedresa Mónica, abrazada a sus dos niños.
La pontevedresa Mónica, abrazada a sus dos niños. ADRIÁN BAÚLDE

Tres madres de Pontevedra, Yamai, Mónica y Sandra, cuentan cómo afrontan el mes de septiembre: «Me matan los uniformes», dice una de ellas

10 sep 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Volver. Es el verbo que se conjuga estos días en los miles de hogares en los que hay niños y adolescentes que regresarán a las aulas este miércoles. Pero se puede volver de muchas maneras. Con más o menos ilusión. Y con más o menos esfuerzo por parte de los padres. Porque la vuelta al cole se vive de forma muy distinta en cada hogar dependiendo de la condición económica y, también, de cómo se planteen las cosas los progenitores. Porque no es lo mismo comprar una mochila de rebajas que una de marca por más de 60 euros. Y estas últimas, a veces, son las que más se venden. Nada mejor que hacer la prueba del algodón. Salir a la calle y preguntarle a las familias para ver las diferencias. Mónica, Yamai y Sandra son madres y de Pontevedra. Ellas ponen voz a sus historias de crianza y a cómo se afronta la vuelta al cole.

Mónica es desparpajo puro. Va por la calle Fernando Olmedo con sus dos niños. Ella habla claro sobre la vuelta al cole y el coste económico que supone: «Me gustaría quejarme, porque soy de las que se quejan y que siempre demanda más ayudas, pero en este caso no puedo hacerlo. Porque a mí con el fondo de libros de la Xunta y con el cheque de material que me dan cubro todos los gastos. Llega porque nosotros no compramos mochilas todos los años ni muchísimo menos. De hecho, tienen unas que serán las que usen en toda la primaria, no hay necesidad de más». En su caso, su marido trabaja como ingeniero y ella lo hace de forma eventual como peluquera y maquilladora. Vivieron en el extranjero un tiempo con sus pequeños y volvieron a Galicia. Insiste en que ella no es que mida los gastos en septiembre únicamente, sino que lo hace todo el año: «Creo que no soy representativa porque yo gasto muy poco con los niños. La ropa se va reciclando de primos o amigos y además mis hijos son de los que llevan los chándales con rodilleras y acaban los tenis hasta el final. Y no pasa nada. Creo que no hace falta complicarse mucho, con dos pares de calzado les llega», indica.

Mónica se abraza a los dos chiquillos y avanza por la calle. Sonríen los tres pensando en que quedan pocas horas para que ellos cambien de curso. Solo vivieron unos meses en el extranjero, pero ella considera que fue una experiencia fundamental en sus vidas y espera que puedan repetirla: «En cuestiones educativas y culturales que puedan enriquecerlos sí me parece importante invertir. En ropa y demás... no, lo justito. Y siempre buscando rebajas. Soy de las que calculo la talla que tendrán al año siguiente y cuando bajan los precios ya les cojo las cazadoras». 

Natural de Senegal, esta mujer se afincó en Pontevedra hace dos años con su familia.
Natural de Senegal, esta mujer se afincó en Pontevedra hace dos años con su familia. ADRIÁN BAÚLDE

Por la misma calle de Pontevedra y casi a la misma hora camina otra madre, Yamai. Va con sus dos niños, de 10 y 7 años de edad. Son naturales de Senegal y desembarcaron en Pontevedra hace dos años. El padre trabaja en el mar, no volverá de la marea hasta dentro de dos meses. Así que es Yamai la que se ocupa en solitario de la crianza. En un castellano que va mejorando cada día, señala: «Voy camino de Cruz Roja a ver si me pueden ayudar un poco con el inicio de curso. Son muchas cosas las que hacen falta», indica. Cree que tendrán ayudas para libros y material, pero le da algo más de miedo el calzado deportivo que necesitarán u otras cosas. Septiembre, dice ella, «no es un mes nada fácil para las familias».

Los críos dicen que están contentos en el colegio y ella señala que también le gusta Pontevedra. Pero insiste en que emigrar no es nada fácil. Echa la vista atrás, a cuando vivían en Senegal, e indica: «Yo vendía zumos en un mercado, allí sí que trabajaba. Aquí de momento no tengo trabajo, estoy con los niños porque mi marido se va al mar», indica.

Puede que Yamai acierte con llamar a la puerta de Cruz Roja. Desde la entidad benéfica señalan que, efectivamente, tratan de auxiliar a las familias a las que se les atraganta la vuelta al cole. Cuentan tanto con material escolar para poder repartir entre quienes lo precisen como con un fondo económico para cubrir la compra de algún libro o material que a lo mejor no se pueda adquirir con los cheques oficiales. Igualmente, Cruz Roja, como todos los años, retomará las clases de refuerzo educativo que los voluntarios dan durante todos los cursos escolares. A ellas acuden niños o adolescentes cuyas familias necesitan ese apoyo.

«Para los libros y el material tengo ayudas, pero a mí lo que me mata son los uniformes» 

Sandra, un nombre ficticio porque prefiere no revelar el verdadero para proteger la identidad de sus hijos, es una madre de Pontevedra con dos críos en educación primaria. Ella señala que la vuelta al cole sí se le hace cuesta arriba en el plano económico. Y lo explica: «Mis hijos van a un colegio concertado. Por tanto, aunque me den ayudas para libros y material escolar, que sí que me las dan, me queda comprar los uniformes, que es lo que a mí me mata, puesto que son caros. Un solo pantalón cuesta 40 euros, es un precio elevado. Todos los años te ves en la obligación de renovar algo, así que siempre acabas gastando».

Esta mujer explica que actualmente no puede trabajar porque se encarga en exclusiva del cuidado de sus hijos, ya que su padre no convive con ellos, y que meses como septiembre sí que se le hacen cuesta arriba. Cuenta con el auxilio de Cruz Roja para algunas cuestiones, como el refuerzo escolar. Y, a pesar de que reconoce que su situación es compleja, no se plantea cambiar a los niños de un colegio concertado a uno público para abaratar costes: «Llevan toda la vida en el mismo centro, los conocen desde los tres años y saben las necesidades que tienen, que en el caso de la niña son especiales».