Retratos de Galicia que son «sorbos de vida»

lucía mariño / c. b. PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

El fotógrafo pontevedrés Manuel Hermida, con su Canon, retratista del rural gallego
El fotógrafo pontevedrés Manuel Hermida, con su Canon, retratista del rural gallego ADRIÁN BAÚLDE

El fotógrafo de Xeve atrapa en sus obras la belleza espontánea del paisaje natural en el que se crio

26 ago 2025 . Actualizado a las 10:31 h.

La corriente murmura a su alrededor, la madera cruje ligeramente entre sus garras, en su paladar degusta la piel escamosa de su presa? Todo esto percibe Manuel Hermida a través del objetivo de su cámara.

El cobre centelleante a la luz del sol, el turquesa iridiscente de la inquieta cabeza del martín pescador son encantos evidentes a la vista de cualquiera, pero el placer de cruzar una sola mirada con este curioso pájaro es regalo único de la paciencia de fotógrafos como Manuel. Sus obras, descritas por él, «son como sorbos de vida», y bajo este prisma se fundamenta toda una filosofía moldeada por la propia naturaleza.

Desde su infancia en Xeve hasta su afición por la pesca, su vínculo con el entorno rural gallego siempre ha estado presente. «Si me sacas lo verde, me matas», asegura. Rodeado de este ambiente, Manuel mostró su espíritu artístico desde niño. «En el colegio, cuando era un chiquillo, ya hacía dibujos de carboncillo», recuerda. Pero tendría que esperar décadas para retomar este pasatiempo.

Tras años de trabajo, habituado al traje y a la oficina como empleado de un banco, llegó la fecha señalada: el 7 del 7 del 7. Con 53 años, el 7 de julio del 2007, Manuel se prejubiló. A partir de entonces, daba comienzo a una vida consagrada a eternizar la belleza de la tierra gallega con el pestañeo de su cámara. «Soy un apasionado de la belleza», confiesa.

Todo empezó con unas clases de dibujo. A través de la mirada que enseña la pintura, redescubrió la fotografía. Sus primeras pruebas fueron en Cabo Home, donde el mar le brindó obras tan fantásticas como el velo polícromo del que se cubren las olas antes de romper contra la costa. Cada vez más experimentado en la técnica fotográfica, continuó plasmando el encanto de las camelias de su jardín y capturando el aleteo de las mariposas al beber del polen de una flor.

Detrás de cada una de estas fotos no solo hay paciencia, «quizás una de ellas te lleva veinte minutos esperando al momento idóneo»; ni siquiera es la destreza lo único que cuenta, sino que, para Manuel, lo más importante es la vivencia. «La fotografía es hacerte notario de un momento», afirma. Esa «sensación que te vale para toda la vida» es el verdadero regalo de sus expediciones.

Observar el vuelo de un pájaro, el balanceo de las hojas al deslizarse el viento entre ellas, la corriente del río? Los sentidos son vitales en el campo. «Lo primero es escuchar», explica. En la mudez del paisaje se imponen los ruidos a los que el hombre de la urbe se ha desacostumbrado. Un oído atento los percibe y, guiándose por ellos, Manuel encontró la zona de los nidos del martín pescador tras casi un año de búsqueda.

«Ese día estaba solo y, de pronto, veo que salen las crías y se ponen en una ramita cerca del nido», recuerda. Quietas y curiosas ante un mundo totalmente nuevo, esperaban a que los padres les enseñasen a zambullirse en el río, mientras contemplaban extrañadas la figura de Manuel. Ante escenarios como este, lo más importante de sus obras es reflejar una espontaneidad natural.

En ese empeño sigue desde que tomó la cámara hace ya casi veinte años y su afán por innovar no cesa. A través de exposiciones como Ruralízate, que pudo celebrar como parte del grupo Os Tres de Xeve, junto a otros dos fotógrafos, el pasado mes de mayo, divulga el valor del rústico gallego. «La naturaleza nos enseña cosas que en la ciudad, en el cemento, no ves», explica Manuel.

Finalmente, cuando el físico no le permita seguir aventurándose por los senderos de Galicia, Manuel prevé volver a la pintura, a lo que desató todo. «Cogeré alguna de mis fotografías y la llevaré al óleo», pronostica sobre su futuro.