
Vecinos cuyas casas cercaron los incendios dan cuenta de las secuelas que dejan las llamas
06 nov 2016 . Actualizado a las 05:00 h.Se llama Lola y, como cantaba Café Quijano, tiene historia. Dolores Durán, Lola para todos en la pequeña aldea de Vilanova (Cotobade), donde reside, es una de las personas que este verano vivió en primera persona la pesadilla de los incendios. Tenía ella, antes de agosto, una casa rodeada de verde -quizás demasiado verde, ya que tal y como ella denuncia, varias parcelas tendrían que haber sido limpiadas-. Es una vivienda de doble planta, bonita, fruto del trabajo de muchos años en la emigración en Francia. Pero el día 9 de agosto el bucólico paisaje que la circundaba cambió de tono. Se volvió negro. Y así sigue. Rebrotan tímidamente los eucaliptos. La madera quemada se acumula desordenada en el suelo. Pero la penuria sigue dominando y los ojos duelen al ver semejante desastre tres meses después de que las llamas se lo llevasen todo por delante. Duele el paisaje. Y duele el paisanaje. Porque escuchando a Lola y a otros vecinos de Vilanova llamados Luis o Manuel uno se da cuenta de que las cicatrices de los incendios, las secuelas de ese sinsentido pegado como chicle a todos los veranos en Galicia, van más allá de la naturaleza.
Lola, aunque se le ve echada para adelante, reconoce que le quedó el miedo en el cuerpo bastante tiempo: «Foi moito o que vivimos. Eu vía que ía arder a casa... ardía por todas partes. Menos mal que nola salvaron. Pero a un quédalle o corpo mal, claro que lle queda. Dios queira que non volva pasar. Eu nunca vira nada igual», empieza diciendo. Luego, añade: «Pero non só é o medo, son os cartiños que me vai facer gastar o lume», dice. No en vano, tras el incendio, además de comprobar que la verja que rodea su casa estaba totalmente quemada, pensó en que quizás el tejado también había sufrido daños: «Viñeron mirarme e si, a cuberta quedou afectada. Teño que facer obras e custan 5.000 euros. O seguro vaime pagar 3.000 e eu teño que poñer o resto. Xa ves ti as ganancias que me deixou a min o lume... Espero que non volva pasar máis».
Cerca de su vivienda, en Vilanova también, otro vecino, Luis, da cuenta de otras secuelas que dejaron las llamas: «Eu teño vacas e ese día tiven que cambialas dúas veces de sitio porque ardía todo. Se non escapo con elas as pobres morrían abrasadas. Agora hai menos sitios onde telas, está todo queimado. A verdade é que eu nos trinta anos que levo aquí nunca vira nada así, foi moi duro, foron varias noites en vela, todos pendentes de que non volvera arder». Habla él mientras su yerno, desbrozadora en mano, corta silvas y demás en la parcela de un vecino. Esa quizás sea la única buena noticia que dejaron los incendios: se están limpiando algunas fincas que estaban completamente llenas de maleza.
Numerosa madera acumulada
Antes de marcharse de Vilanova es imposible no fijarse en la cantidad de madera quemada acumulada en el monte. Es cierto que alguna ya está apilada. Pero es la menos. El resto, permanece tirada aquí y allá, desordenando completamente el paisaje y, seguramente, volviendo loco al ecosistema. ¿No se va a quitar? «Algunha sacouse, pero queda moito. Este monte é privado, cada veciño fará o que poida pero agora non che queren esta madeira case nin regalada, non vale para nada». De momento, lo único que rebrotan son algunos eucaliptos. A la hierba le está costando más, aunque la lluvia de estos días ayudará a ir poniendo verde sobre el manto negro.
Cambiamos de escenario. De Cotobade pasamos al rural pontevedrés, a la zona de Ponte Sampaio. En las aldeas de Acevedo, O Rañadoiro y O Vilar, lugares bien bonitos desde los que observar los inicios de la ría de Vigo, el negro también domina. Está en el paisaje. Y está también en el mobiliario urbano. Hay carteles llenos de ceniza. Hay un mirador al que las llamas convirtieron en un lugar lúgubre. Los vecinos recuerdan lo ocurrido a mediados de agosto. «O lume rebrotaba unha e outra vez», señala una mujer en O Rañadoiro.
Si uno en vez de tirar hacia el flanco sur de la ciudad pontevedresa va hacia el norte, hacia Lérez o Verducido, le recibe también un paisaje de ceniza. Los datos de aquellos días de fuego señalaban que, en estos dos últimos lugares, se calcinaron 30 hectáreas. Ahora, tres meses después, a vista de pájaro, parece que lo que ardió es un mundo entero.