La maestra treintañera y discípula de Montessori que quiere salvar la escuela de una aldea de Moraña

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

MORAÑA

Olalla, la única tutora de la escuela de A Espedregueira, en Moraña, rodeada de sus alumnos.
Olalla, la única tutora de la escuela de A Espedregueira, en Moraña, rodeada de sus alumnos. CAPOTILLO

En la comarca de Pontevedra hay tres unitarias rurales que corren el peligro de cerrar el próximo curso por falta de niños

19 mar 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

A Olalla Moutinho, de 32 años de edad y natural de A Estrada, le dieron este curso su plaza definitiva de maestra. Y se la concedieron en la diminuta escuela rural San Lourenzo, en la aldea de A Espedregueira, en Moraña. Solo tiene un adjetivo para calificar lo que supuso en su vida como docente llegar a un centro con solo siete alumnos, donde el trato es totalmente familiar y donde es la única profesora, salvo cuando acuden puntualmente las especialistas en inglés y demás: «¡Isto é marabilloso, absolutamente marabilloso!», dice con energía. 

Olalla es la primera maestra en mucho tiempo que tiene plaza definitiva en la escuela. Eso hizo que llegase a Moraña con toda la ilusión del mundo y que, viendo la poca matrícula, decidiese aplicar en todo cuanto puede el método Montessori, del que se considera discípula. Dice que tiene algunas trabas porque se trata de un aula antigua con algún material que es necesario renovar, pero que su idea, ya transmitida a los responsables municipales, es ir mejorando la escuela poco a poco. El problema es que de momento solo se ha inscrito un niño para el próximo curso y se cuenta con que lo haga otro. Pero, como cuatro de los actuales alumnos pasan ya a primaria y se marchan, quedarían cinco. Y Educación suele exigir seis para seguir abiertos. Olalla cruza los dedos para que llegue una familia más. Sabe que es difícil, pero por su ilusión no será: «A escola precisa cambios, pero ten potencial. Oxalá sigamos aquí».

Tres escuelas rurales buscan niños contra reloj para evitar su cierre

Los profesores de las escuelas unitarias rurales que aún resisten viven siempre el mes de marzo con una tensión importante. ¿Por qué? Porque, salvo algunas excepciones, la inscripción suele caer en picado y enseguida hay peligro de que los centros cierren las puertas para siempre —Educación solo las mantiene si hay un mínimo de seis alumnos—. Podría pensarse que los docentes no deberían preocuparse, porque tendrán plaza en otro lado. Pero si existe un denominador común entre los maestros que ejercen en las escuelas unitarias es su implicación para mantener abiertas las aulas de las aldeas y su estrecha relación con las familias. De ahí que lancen un SOS para que antes del día 21 sumen nuevas inscripciones. El próximo curso escolar, en la comarca de Pontevedra, por el momento peligran tres escuelas; dos en Caldas y una en Moraña.

El problema más importante está en Caldas. Porque si no se inscriben más niños parecen condenadas al cierre las unitarias de Carracedo —donde de momento se apuntó un crío y se necesitan entre dos y tres más— y Santo André —donde no hubo inscripciones y se precisa al menos una—. Además, de desaparecer alguna de estas unitarias, no podría seguir existiendo el Colexio Rural Agrupado (CRA) y las dos escuelas que quedan, Saiar y Godos, tendrían que volar solas.

En Moraña, el peligro está en la unitaria de San Lourenzo. Allí buscan un niño más para garantizarse la matrícula mínima de seis. No pierden la esperanza.

Ni siquiera en la unitaria de Verducido, a diez minutos de la ciudad, aumentan los críos 

Profesores y padres cuyos hijos acuden a escuelas rurales cantan las excelencias de este tipo de centros; del trato familiar a la educación totalmente personalizada, muy alejada de lo que supone iniciar las clases con tres años en el aula de un colegio urbano con 25 niños. Pero estas escuelas, además de ubicarse despoblada en Galicia rural, compiten en una desigualdad importante: no tienen comedor, ni transporte ni tampoco suelen contar con servicio de madrugadores, es decir, con la posibilidad de dejar a los críos en ellas antes de la hora de inicio de las clases. Y eso a veces implica no poder conciliar. De ahí que las matrículas no suelan repuntar ni siquiera en aquellas unitarias que están cerca de la ciudad. Ocurre así en la escuela de Verducido (Pontevedra). A quienes viven en el centro de Pontevedra no les llevaría más de diez minutos en coche llevar allí a sus niños. Sin embargo, el centro resiste solo con diez alumnos y el año que viene se prevé que siga igual gracias a que solo se marchan dos y llega otro par —el año pasado se inscribieron cuatro—.

Tampoco en la escuela de O Vao (Poio), donde tradicionalmente la matrícula era más abultada que en otras unitarias, hay ya muchos niños. Este curso el centro pudo seguir abierto por la mínima, con solo seis alumnos. El próximo se marcha uno y en principio se incorporará otro, así que seguirán igual. Las maestras —hay dos, por las condiciones especiales de esta unitaria, próxima al poblado chabolista— tienen la esperanza de que hasta el día 21 se anoten al menos otro par. Pero no lo pueden asegurar. Hace nueve años, cuando ellas llegaron, había 18 pequeños.