Silvia y el perro abuelito Leo, de protagonizar un exitoso vídeo sobre Poio a unir sus vidas

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

POIO

Una vecina, aficionada al teatro, y un can de la protectora fueron las estrellas de una grabación que el Concello exhibió en la feria Fitur. Ella acabó adoptando al animal y también a su hermana Onza

26 feb 2024 . Actualizado a las 15:05 h.

Silvia Ramírez, vecina de Poio, es de esas personas a las que les cuesta decir que no. «A veces la gente cree que me sobra el tiempo... y no es eso. Pero es que si puedo ayudar, ayudo en lo que sea». Por eso está implicada en colectivos vecinales, culturales, en la asociación de padres del colegio de su hijo... Y por eso ni se lo pensó cuando el Concello de Poio le propuso protagonizar un vídeo sobre los encantos de su tierra para que lo viesen miles de personas en la feria madrileña Fitur. Le pareció una bonita aventura y también una manera de curar la herida emocional que le dejó haberse tenido que marchar durante unos años de Poio por cuestiones laborales. Lo que no sabía ella es que esa grabación, de dos minutos de duración, acabaría dándole un buen giro a su vida. ¿Por qué? Basta decir que a raíz de ese vídeo en su casa pasaron de vivir tres personas, ella, su marido y su niño... a ser cinco. Ellos tres y dos perros llamados Leo y Onza. «¡Ya somos familia numerosa!», exclama Silvia con júbilo. Pero, antes de llegar a ese punto, hay que contar su historia. 

Silvia, natural de Samieira, vive con su familia en San Salvador de Poio. Dice que no puede ser más feliz desde que llegaron a esa residencia, ya que anteriormente habían tenido que residir unos años en A Coruña por cuestiones del trabajo. De hecho, su niño, Tiago, nació allí. Pero, una vez de vuelta a su tierra, Silvia, que es un torbellino de ideas y que se apunta a un bombardeo, sobre todo si se trata de causas solidarias, comenzó a colaborar de nuevo con todos los colectivos con los que anteriormente estaba implicada. El Concello le ofreció protagonizar entonces un vídeo muy emotivo para ella, ya que habla de que Poio es su destino. En la grabación, Silvia aparece tirando por una cuerda, que la va conduciendo por todos los puntos de encanto de Poio, desde Combarro al monasterio de San Xoán y que finalmente la lleva hasta la isla de Tambo. Allí, al final de la cuerda, además de confirmarse que Poio es su lugar en el mundo, entra en escena el coprotagonista de la grabación, el perro Leo, que la está esperando en la arena de la playa para recibirla dando saltos de alegría. 

Silvia reconoce que al principio le daba cierto reparo lo de grabar con Leo. ¿Por qué? «Es un perro grande, me daba un poco de miedo», confiesa. Pero al minuto de comenzar el rodaje se le disiparon todas las dudas. Es más, quiso saberlo todo de aquel animal bonachón dispuesto a darle tanto cariño sin conocerla de nada. Resulta que Leo era un perro abuelete, de trece años de edad, que vivía en la Canceira de Poio, el lugar donde lo acogieron hace unos seis años. Silvia se quedó impactada con su historia, ya que Leo llegó en su día a la perrera con veinte kilos menos de los que tiene ahora, sin dientes y con la mandíbula rota. Vino también acompañado por Onza, su compañera de vida, que apareció en tan malas condiciones como él. Los dos fueron encontrados en A Escusa y trasladados hasta la protectora. El problema es que, tratándose de animales de edad avanzada y catalogados como raza potencialmente peligrosa, era difícil que fuesen adoptados. De ahí que actualmente todavía esperasen por una familia que decidiese acogerlos en su casa. 

 Silvia y el perro Leo grabaron juntos y el vídeo que salió de ahí fue todo un éxito en Fitur, donde miles de personas lo visionaron. Silvia reconoce que a los pocos días de toda esa aventura de la grabación empezó a sonarle una música en su cabeza: «Empecé a pensar que mi destino era adoptar a Leo... lo que pasa es que no sabía qué hacer, si dar el paso o no», indica. Finalmente, lo habló con su marido y con su niño y decidieron tirar hacia adelante. Hablaron con la perrera de Poio y dos voluntarias de la misma, Elisa y Patri, se acercaron a su casa, donde también tienen una finca, para saber qué hogar acogería a Leo. Silvia dice que esa visita tuvo una doble función: «Nos querían convencer de que además de a Leo adoptásemos a Onza, la perra con la que siempre vivió y que es como su hermana». Ella y su marido no lo veían del todo claro, pero un día fueron a darles un paseo a la protectora y Tiago, su niño, decidió por ellos: «El pequeño se enamoró de Onza, porque es tranquila y buenísima», explica esta mujer. 

Silvia, su marido, su hijo y los dos perros que adoptaron, Leo y Onza.
Silvia, su marido, su hijo y los dos perros que adoptaron, Leo y Onza.

Acabaron adoptando a los dos animales y formando con ellos una «familia numerosa», como dice Silvia entre risas. Leo y Onza se adaptaron bien a un hogar con un buen terreno donde correr y donde hasta el momento los únicos animales que vivían allí eran las hormigas de un hormiguero de metacrilato que tiene el niño Tiago en el salón de casa, ya que es un entusiasta enorme de los insectos. Van pasando los días y Tiago está descubriendo que, aunque las hormigas le fascinen, los canes son unos compañeros de juegos estupendos. Mientras, a los padres, a Silvia y a su marido, no se les borra de la cabeza una imagen: «No dejo de acordarme de cómo lloraron las voluntarias de la protectora cuando les dijimos que adoptábamos a los dos, fue algo tan bonito», concluye ella también emocionada.