Del amor al odio hay solo un tren: «¿Cómo algo que nos cambió tanto la vida se puede fastidiar así? Es para matarlos»

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

Paco Rodríguez

Manuel o Nieves, como miles de personas en el eje atlántico gallego, iban en coche a trabajar. Los abonos gratuitos les hicieron subirse al ferrocarril y ni se plantean volver a la carretera, pero les duele tanto lo que pasa con Renfe que hasta preferirían pagar los billetes

19 oct 2024 . Actualizado a las 19:14 h.

El vagón tres del tren que arranca a las 15.33 horas de Pontevedra con destino al norte gallego huele a judías con chorizo. A carne asada. O a pimientos. Desprende esa fragancia a una hora en el el estómago pide papas porque hay una joven que come entre dos vagones, en una especie de tablero junto a la ventanilla que asemeja la barra de un bar. Son solo unos táperes, pero son un símbolo; una muestra de que el tren, antes casi anecdótico para miles de gallegos, con los abonos gratuitos se convirtió en una alternativa real para poder vivir en A Coruña y trabajar en Vigo, por poner un ejemplo. Todo el mundo reconoce ese cambio positivo.Pero nadie está contento. Ese paso del amor al odio con el tren lo resume  Manuel, que viaja también en el de las 15.33: «¿Cómo algo que nos cambió tanto la vida se puede fastidiar así? Es para matarlos», señala. 

Manuel, que es funcionario, llevaba doce años yendo y viniendo a diario en coche a trabajar desde Santiago a Pontevedra. Nunca había pensado coger el tren porque las tarifas le parecían elevadas. Con los abonos gratuitos cambió al ferrocarril. Dice que ganó en tranquilidad, en tiempo y salud. «Todo era bueno», señala. Y habla en pasado porque ya no se lo parece tanto. Primero tuvo un encontronazo con la falta de plazas. Le resultaba tan difícil coger asiento en alguna de las frecuencias más demandadas que cambió el horario laboral para garantizarse un tren menos concurrido. Ahora está enfadado con la falta de planificación: «Es increíble que no puedas sacar los billetes con más antelación. Yo preferiría pagar un poco y que el servicio funcionase bien», indica. 

Manuel coincide en ese punto con Nieves. Ella viaja a diario entre Vigo y Pontevedra. Este jueves tardó cinco horas en poder formalizar uno de sus billetes. Eso le parece una anécdota, porque sabe que fue un día de locos porque todo el mundo intentaba sacar plaza a la vez. Lo que  la tiene amargada son los retrasos. Su tren de vuelta, que debería llegar a Pontevedra a las 17.31 horas, siempre arrastra como mínimo diez minutos de demora. Y de ahí al norte, aunque ella vaya hacia el sur. Tiene el correo colapsado de mensajes de Renfe pidiéndole disculpas. No le sirven ya esas excusas: «Que vengan y le expliquen a mi hija y a mis sobrinas que no llego ni un solo día a recogerlas a inglés por los retrasos», espeta, dejando claro que el tren gallego, en vez de una colmena con paz, es un avispero cabreado.