Miguelín, músico de orquesta desde los quince: «El `playback´ y el espectáculo están degenerando las verbenas»

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

SANXENXO

CAPOTILLO

De Sanxenxo y saxofonista, estuvo formándose en Rotterdam y es componente de La Ocaband. Defiende la música en directo y que las mujeres artistas pueden ir vestidas igual de cómodas que los hombres

04 jul 2024 . Actualizado a las 09:24 h.

Miguel Ponce (Sanxenxo, 1998) aguanta estupendamente bien el hipocorístico de Miguelín por el que le conoce todo el mundo sin que suene a señor con diminutivo trasnochado. Porque Miguel peina solo 25 años en su cabellera riza y morena. Pero ha vivido con tanta intensidad la última década que parecen bastantes más. Porque Miguelín es músico de orquesta desde los quince años. Y eso, en la tierra de las mil verbenas y el cubalibre perenne en el toldo del campo de fiesta, es mucho decir. Contesta a la entrevista en un día de locos, mientras viaja desde Caldas, donde vive, a Sanxenxo, de donde es natural y donde está el puerto base de su orquesta, La Ocaband. Pero no se queja: «El verano es así, y es una maravilla», suelta con energía.

Miguelín dice que él ya debió nacer con el gusanillo de la música. Pero que, en todo caso, fue su padrino el que le ayudó a meter bien adentro ese bichito musical. Así que con siete años comenzó ya a cursar el grado elemental de solfeo e instrumento. Debutó con el bombardino, pero no duró ni un mes con él en la mano porque lo suyo, sí o sí, era el saxofón. Lo agarró siendo un rapaz y no lo soltó ya nunca más. Fue continuando con los estudios y llegó al grado profesional, que combinaba con la ESO y el bachillerato. En esas estaba, con quince años camino de los 16, cuando la verbena llamó a su puerta. «Me llamaron, en principio para una sustitución, en la orquesta De noche. Pero me acabé quedando tres años... fue una experiencia impresionante», dice.

Tocaba en las verbenas siendo aún menor de edad, se sacaba «un dinerito», y mientras tanto continuaba formándose. Porque él enseguida se dio cuenta de que lo que realmente le gustaba era el jazz. Y por ahí empezó a prepararse, con salto incluido a Europa: «Hice las pruebas para hacer carrera en el jazz en Pontevedra, estudié ahí, y luego me marché a Holanda, a Rotterdam, a seguir formándome en el mismo estilo». Fueron cuatro cursos en el citado país europeo, que le confirmaron que lo suyo era la música y que tenía que luchar duro para cumplir un sueño aún pendiente: sacar un disco con composiciones propias y con estilo de jazz latino, timba y salsa.

Se vino de Rotterdam y volvió a la marca de la casa de la Galicia festeira, a las verbenas. Hace tres años que se enroló con la orquesta La Ocaband y ahí sigue dando el callo con su saxofón. Está feliz y dice que pocas cosas reportan tanta satisfacción como ver al público bailando o «tomándose un cubata viendo a la orquesta». Pero cree que corren malos tiempos para los músicos. «Me da muchísima rabia que triunfen las orquestas que hacen playback y no apuestan por los músicos en directo. Yo creo que nosotros aportamos un sentimiento que es muy importante, el directo tiene una magia enorme y no debería perderse. El playback y el espectáculo están degenerando las verbenas». Entiende que la opción de contratar a un dúo o un pinchadiscos puede resultar más rentable económicamente, pero considera que jamás será lo mismo que ver a una formación con sus músicos sobre el escenario: «La música de verdad, hecha con instrumentos reales en vivo y en directo, con sus fallos y sus aciertos, para mí es algo mucho más valioso que un puro espectáculo donde se prima la estética». 

Ellos cómodos y ellas sexis

Llegados a ese punto, no se corta en denunciar una situación típica y tópica en las verbenas, la de que los músicos de orquesta como él vayan en cómodo traje y las artistas femeninas ataviadas ropa sexi y nada confortable, y que tiene mucho que ver con una sociedad insaciable en cuanto a que la mujer se exhiba por su físico más allá de su talento. «Es injusto. Creo que todos deberíamos concienciarnos y no consumir los espectáculos que más priman eso. Pero no soy muy optimista en cuanto a que vayamos a cambiar de hábitos», señala.

Dice que el verano de músico de orquesta suele ser frenético, pero que él este mes tendrá una calma relativa —unas diez actuaciones— y que no será hasta agosto cuando pise fuerte el acelerador. Cuenta que los viajes son como antaño, con la formación viajando junta en furgoneta, «salvo que algún loco decida llevar el coche», y que él no puede estar más contento con el compañerismo que rodea esta vida: «Somos como una familia. Son muchas horas de convivencia».

Le tira la fiesta pero si sueña en voz alta se ve lejos de la verbena gallega; en Miami grabando con músicos de jazz. Se ríe tímidamente al contarlo y concluye: «Allí queremos ir todos».