El camino

Consuelo Mariño Paz

RELATOS DE VERÁN

01 ago 2024 . Actualizado a las 13:08 h.

Hace ya un mes que terminé el Camino de Santiago con la esperanza de encontrar mi destino y así fue.

Todas las experiencias que había escuchado hablaban de sencillez, de cansancio con merecidas recompensas, de paz interior enriquecida de vivencias casi místicas, todo esto me animó a ponerme en marcha.

Comencé con buen pie. En mi camino iban surgiendo paisajes idílicos, sendas arboladas que elevaban el espíritu y muchas conversaciones internacionales que me despertaban la curiosidad y me aportaban nuevos puntos de vista.

Pero poco a poco llegó el agotamiento y casi la extenuación, con lo cual mi paciencia se fue impregnando de los olores del estiércol del camino y lo que eran en un principio bellos trinos de los pájaros, se volvieron atronadoras llamadas del Averno.

Cuando salía temprano por la mañana, la visión de aquellos inmensos pastos cubiertos de niebla acompañada del aullido de los perros auguraban lo peor. Los tañidos de los cencerros de las vacas me parecían campanas llamando a muerto y los rítmicos sonidos de los bastones de los peregrinos a su paso me traían a la mente las historias de diablos cojos.

Enloquecí como don Quijote sin la concreción de Sancho y una mañana me vi en un establo peleando con un ejército de vacas que yo creía demoníacas y que mi triunfo me traería la victoria ante los infieles.

Me encomendé para ello a toda la corte celestial, pensando que un coro de querubines me esperaría a la entrada del cielo. Perdí mi batalla, las luciféricas bovinas salieron vencedoras.

Ahora descanso en el cementerio de peregrinos de Ligonde y todavía sigo esperando a los ángeles.

Consuelo Mariño Paz. 59 anos. A Coruña.