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Dolores Rojas Suárez

RELATOS DE VERÁN

06 ago 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Era su coche: un Ford Fiesta rojo. Donde solía aparcarlo las noches de aquel verano del 87. Si estaba su coche, él no andaría muy lejos. En cualquier rincón o instante me lo podría encontrar. Toca empezar la ruta habitual, de local en local, esperando encontrarlo a cada momento, disimulando la impaciencia, el deseo, las ganas y las mariposas en el estómago.

Hicimos parada en la Plaza Fuente Luisa, nuestro lugar habitual de reunión, de encuentros esperados e inesperados. Lo vi de lejos. Sí. Eran él y sus amigos. Nos vieron y se acercaron. Miradas y saludos de rigor.

Conversaciones entrelazadas, por grupos, por tríos, por parejas. Siempre el mismo ritual: guardando las distancias, pero consciente de que él no me perdía de vista. Le gustaba. Lo sabía. Él también. La noche no daba tregua. Las 3, las 4, las 5. Buena hora para empezar a recogerse. Íbamos quedando cada vez menos. Copa final, los pocos que quedábamos, en la discoteca de moda.

¿Qué tal un baño? Sugirió. Estás de broma, se escuchó. No, no tardamos mucho. ¿Vamos? Ahora, la pregunta era solo para mí. Se lo vi en sus ojos, solo para mí. “¡Vamos!”. Allá nos fuimos: solos. Nadie más. Él y yo, solos.

Subimos a su Ford Fiesta rojo. Parada logística en el portal de su casa. Bajó con un par de toallas. Destino: una cala de las muchas que hay al salir de la ciudad. 15 minutos en coche de extraña sensación de ser y vivir algo especial.

Llegamos. No me preguntes dónde estábamos. No sabría volver. Nos bañamos. Nos reímos. Disfrutamos. Nos secamos, nos vestimos. De regreso de la playa, todavía en la arena, nos cruzamos con un pescador madrugador con sus botas, su caña y su cubo. Ahogamos unas risas. Nos miramos. Vuelta al coche, cogidos de la mano. Felices.

Dolores Rojas Suárez. 59 anos. A Coruña.