La copa resultó como la había imaginado. Discursos por aquí, por allí, lo que le iban echar de menos, lo de todas las jubilaciones. Lo único que cambió fue que, en lugar de un reloj, le regalaron unas botellas de vino Rioja gran reserva, un fin de semana en un parador y un décimo de la lotería. ¡Qué originales somos!
El día de su jubilación no estaba ni contento ni triste. Al día siguiente no tendría que madrugar, ni preocuparse de las vacaciones, horarios... En los días previos meditaba lo rápido que había pasado la vida, recordaba el día de su presentación en su primer destino en Barcelona, allá por marzo de 1982.
Los primeros jefes le parecían muy mayores, y ahora el mayor era él, tenía esa sensación en los últimos años cuando los compañeros de trabajo que iban llegando eran de la edad de sus hijos.
Le inquietaba el ágape que tenía que dar, los discursos de despedida, el regalo, con toda probabilidad el reloj de marras y el tarjetón firmado por todos los compañeros que luego dejas en un cajón y no vuelves a saber de él, con las frases típicas de «que te vaya muy bien en tu nueva vida» y cosas parecidas y no le hacía nada de gracia.
Al final, su familia le convenció de que había que hacer la despedida, aunque por él hubiese cogido las pertenencias de su mesa y se habría ido tan contento.
Llegó a la oficina puntual como siempre. Fichó en el reloj, se sentó por última vez en su mesa, terminó los últimos expedientes que le quedaban, recogió las cosas personales, las fotos de su mujer y de sus hijos cuando eran pequeños. El resto de sus papeles oficiales los metió en la destructora de papel. Pensaba que, si iba a iniciar una nueva etapa de su vida, tenía que romper con todo lo anterior.
La televisión estaba encendida, se escuchaba de fondo el soniquete de los niños de San Ildefonso, cantando monótonamente las pedreas del sorteo navideño. De repente el tono se volvió nervioso, casi histérico. Al mismo tiempo se oyó un grito en el salón de la casa que decía ¡Lo tengo!
Aquel décimo que le habían regalado había sido agraciado con el primer premio del sorteo navideño. En un año la vida y la suerte le habían sonreído dos veces y eso que no había jugado este año cómo había prometido.
Como decía Tom Hanks en la mítica película Forrest Gump: «La vida es como una caja de bombones, nunca se sabe el que te va a tocar». Este breve relato en un fiel reflejo de lo anterior. Podrán creerlo o no, pero echándole un poco de imaginación todo es posible.
Javier Jesús Pérez Carrasco. 67 años. Madrid.