Cuando poco más que te quedan los recuerdos, es cuando más pasas el tiempo evocándolos.
Yo nací en un pueblo gallego situado entre Trives y La Rúa. A los tres meses de nacer, y por traslado de mis padres, nos fuimos a vivir a Vigo, pero siempre tuve a mi aldea en el pensamiento y en mi vivencia. Tres etapas fueron maravillosas para mí en esa aldea. La Vendimia, solo los que la vivimos sabemos lo que se vive y se goza en ella, ese madrugar, la recolecta, el descanso para comer, aquellos chorizos, jamón y un vino de bodega, ya era motivo suficiente, a la par que estar reunidos familiares y amigos, al atardecer el regreso, satisfechos del trabajo realizado y el saber que todo ese trabajo se convertirá en un manjar, un Godello, o un Mencía. En invierno, tocaba La Matanza, otra gozada y disfruté para mí, aunque hoy sería diferente, pero con otras edades, y pensando que todo aquello era necesario para la gente de las aldeas, pues suponía gran parte de su sustento, lo peor, era el sacrificio del animal yo creo que hasta el matarife lo sentía pero había que hacerlo, no había otro medio en aquellos tiempos. Primero se descuartizaba al animal, se separaban todas sus partes, parecía un aquelarre: fuego, grandes calderos con agua hirviendo, etc. Esto llevaría a aquellos jamones, chorizos sin igual que yo tanto añoro, y para final las cenas donde se hablaba de todo y cada uno contaba anécdotas o sucesos que le habían pasado en su vida.
Dejé para el final otras de las actividades en las que yo también era feliz: las fiestas patronales, donde todas las aldeas, por general, echaban el resto trayendo a orquestas de cierto renombre. El pueblo era feliz durante tres días, se olvidaban penas y trabajos y todo el mundo cooperaba para que todo saliera bien.
Esta es una historia de una aldea, pero podría ser de casi la mayoría de las de Galicia llamada ahora profunda. Ya no hay carros, no hay matanzas de cerdo, la vendimia perdió lo ancestral y familiar, vagar por estas aldeas hoy día con las calles desiertas, sin encontrarte con nadie, casas derruidas, viñas abandonadas, es deprimente, pero, en fin, nos quedan los recuerdos pasados y las vivencias.