Sin Batería

Ángeles Mandriñán

RELATOS DE VERÁN

15 ago 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Un diminuto estertor y silenciOOOoooo. Un eco prolongado de silencios. Muerto el perro, empieza la rabia. El latido acelerado, la incredulidad. Los dedos que hormiguean. Mierda, ¡mierda! Todo lo que queda pendiente se le amotina en la garganta. Le cuesta respirar. Una mano en el pecho aplacando al caballo desbocado. Bum bum, bum bum, bum bum. La otra, sudorosa. asida al teléfono, como a una cucaracha molesta. Carcasa brillante y negra. Funda negra, pantalla negra. Huellas de dedos en la superficie. La única vida que queda dentro. ¿Y ahora qué?, y ahora te…, que, te, que, te… ¡Que te den!, y arroja con furia el aparato contra la pared. Fuera de sí. Furia. Fuera. Con el impacto, la lengüeta protectora transparente se desprende como una hoja seca a la que alimenta la savia, y el cristal se abre en varias nerviaciones, fragmentando las huellas. Un tiro de gracia. El caballo corre. Busca una pastilla en el bolso para detenerlo. La coloca debajo de la lengua y espera. Fija sus ojos en el cadáver de la cucaracha. No entiende cómo le puede parecer hermoso. Incluso así desmembrado e inerte. Siente compasión por sí misma. Un hilo de paz comienza a fluir por sus venas. La respiración es regular. Ya no le transpiran las manos. Se va recolocando. Dentro de sí. Calma. Dentro. Calma. Alguien abre la puerta inesperadamente y le ofrece un cargador para recuperar la conexión perdida. Perros, caballos, cucarachas, al acecho. Agarra el pisapapeles que hay sobre la mesa y, sin premeditación, golpea una y otra vez lo que queda del animal. ¡Me estoy quedando sin vida!