Parecía una mañana como las otras; Hugo despertó de sus sueños agobiado, como tantas veces, con pesadillas, malos sueños en los que siempre perdía algo o era culpable de algo, pero no notó nada especial. Fue al baño a buscar una ducha reparadora que le hiciese empezar «limpio» de cuerpo y mente para afrontar un nuevo día —aunque sabía que sería como siempre, sombras y una sola luz, pero muy potente— y al verse en el espejo, ¡se vio solo!, frotó los ojos pensando que aún la ducha no había hecho todo el efecto deseado, pero no, ¡estaba solo!
Su pesadilla de la noche no había sido tal, había sido real... La luz, la potente luz, no estaba; se la habían arrebatado aprovechando su ingenuidad, su confianza ciega y también, por qué no decirlo, el abuso de poder.
A hurtadillas y aprovechando los rincones de su alma a los que Hugo no había accedido nunca por respeto a su otra vida, le habían apagado SU luz, SU referencia, SU vida.
Notó un dolor, un profundo dolor; era el vacío. Intentó ponerle raciocinio al momento, pero era peor; sus preguntas, sus porqués no tenían una respuesta que su mente comprendiese.
Miró al futuro a ver si avistaba algún reflejo, alguna chispa de luz, pero todo era oscuridad.
¡ESTABA SOLO!