Se lo sabe todo del lenguaje de chat y de cómo nos está transformando. No recomienda su uso antes de los 13 años, pero a los de 50, asegura, los ha enganchado
21 jul 2013 . Actualizado a las 13:30 h.Manuel Gago (Pobra do Caramiñal, 1976) es profesor de Nuevos Medios en la Universidade de Santiago y se lo sabe todo de Facebook, Twitter y del WhatsApp. Si los chats nos han cambiado la vida es, según él, para mejor. Pero el WhatsApp se lleva la palma... o la punta del dedo. Los nuevos estados «en línea» o «escribiendo» nos han encorvado a un nuevo modo de comunicación en que el lenguaje oral y el escrito se funden en positivo para ayudarnos a decirnos muchas más cosas y jugárnosla más también. Él, si fuera un emoticono, dice que sería un guiño cómplice. Con esa gracia se entrega a la conversación.
-¿Por WhatsApp nos decimos todo lo que no nos diríamos a la cara?
-Absolutamente. WhatsApp establece una distancia de respeto que provoca que las cosas se digan a veces con más valentía. Tanto para lo bueno como para lo malo.
-¿Para decir te quiero es mejor el WhatsApp?
-Sí. Básicamente lo que sucede es que por este medio escribes lo que de otra manera te sentirías ridículo o dirías con la boca pequeña. Una combinación de tres emoticonos de WhatsApps en voz alta sería una tortura ridícula [risas]. También he visto frases demoledoras, en plan: «Lo que mi hiciste el otro día...».
-Pero, curiosamente, el peso de lo escrito no agobia.
-El lenguaje del chat va mucho más allá. WhatsApp se parece más a lo oral que a lo escrito, pero en realidad es una nueva forma de comunicar. Porque incluso es más rápido que la comunicación verbal para los grupos.
-Pero hay que saber llevar el ritmo, ¿no? Porque ese momento desesperante en que el otro está «escribiendo» y no entra el mensaje...
-[Risas]. Claro. Hay que aproximarse a un chat. Y romper las frases, aunque a mí me parece un factor muy interesante los silencios. Esa tendencia angustiosa de enviado y leído que se produce cuando tú le mandas un mensaje a alguien y no te responde. Porque, aunque es una comunicación discontinua, en el fondo lo que pretendemos es que sea en tiempo real. Y eso genera malentendidos impresionantes: por qué dudó, por qué tardó en contestarme. Este no me quiere contestar por culpa de esto...
-Está con otra...
-[Risas]. Efectivamente. Entonces, lo curioso es que no llegamos a entender las reglas de esa comunicación.
-¿A Bárcenas y a Rajoy les han faltado emoticonos para entenderse?
-[Risas]. Pues sí. En sus mensajes se echan de menos. Yo soy un enamorado de los emoticonos. De hecho, Facebook acaba de hacer una inversión bestial en iconos, porque era lo que le faltaba. Los emoticonos exacerban nuestros sentimientos, aquello que no nos atrevemos a mostrar. Pero es cierto que son aún muy generacionales, a los de 50 para arriba les cuesta bastante. Pero los navegantes de plata se han vuelto adictos.
-¿Todos los entendemos igual?
-La lengua franca está limitada a tres o cuatro emoticonos. Ese es el número con el que todos nos podemos comunicar sin problema. A partir de ahí, es un lenguaje muy especializado que tiende a reducirse a pequeños grupos. Su función es romper la frialdad de una secuencia de texto.
-¿A qué edad recomiendas que los chicos empiecen a usarlo?
-La tecnología no es mala y no se puede ir contra el mundo. Pero no les recomendaría antes de los 13 o 14 años el uso de chats. A mi entender, hasta esa edad no tienen capacidad para discernir el uso de su privacidad. No son conscientes de que esa red social va más allá de su grupo.
-¿Cómo afecta el WhatsApp a una relación de pareja?
-Depende. Tiende a potenciar lo que es esa pareja, para bien o para mal. Conversaciones íntimas y fotografías, y cosas fascinantes.
-Cuando dices fascinantes, te refieres a Olvido Hormigos.
-[Risas]. Por ejemplo.
-¡Pues vaya si potencia!
-Cuando hablamos de esto siempre insistimos en que ninguna de las cosas importantes de nuestra vida pasan por los teléfonos móviles [risas].
-¡Pero si hoy en día el WhatsApp es casi un sustitutivo!
-[Risas]. El problema es compartirlo.
-¡Y además lo tienes casi todo al alcance de la mano!
-[Risas]. A mí me gusta mucho esa relación que se establece cuando uno se va a comprar una corbata y te mandan la foto por Whatssapp para ver qué te parece. Esa es una extensión de la vida de pareja fantástica.
-¿Pero ha cambiado nuestra manera de tontear?
-Un SMS era más disruptivo con la intimidad, pero el WhatsApp lo tenemos asumido como una conversación que uno puede entablar en cualquier momento. Mucho más que un SMS. Esa capacidad de juego, de decir y no decir...
- Tiene su punto adolescente.
-Sí. Y además no nos hace más guapos, pero sí más entretenidos e ingeniosos. Nos permite el chascarrillo durante esos dos segundos [risas].