Las compañías de Internet suelen tener en cuenta a España en el lanzamiento de sus productos. A pesar de la crisis, nuestro país es el primero de Europa y tercero del mundo en penetración de smartphones, lo que explica que cuando Apple o Microsoft presentan un nuevo dispositivo móvil España sea uno de los primeros en recibirlo -por ejemplo, el Surface Pro 3 anunciado anteayer-. Una de las compañías más esperadas, sin embargo, se resiste a entrar en la península. Se trata de Netflix, el servicio de distribución de películas y series de televisión por streaming, que a finales de año expandirá sus actividades en Europa.
Netflix está presente en Países Bajos, Dinamarca, Finlandia, Reino Unido, Irlanda, Suecia y Noruega, y desde el 2011 opera en países latinoamericanos como Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México, Paraguay y Uruguay. Ahora acaba de confirmar su próxima llegada a Alemania, Austria, Suiza, Francia, Bélgica y Luxemburgo, pero por el momento se olvida de España.
Puede que la multinacional de Los Gatos (California, Estados Unidos), fundada en 1997 como un videoclub por correo postal, no tenga claro si en nuestro país -donde quien más, quien menos, se precia de bajarse las películas por la cara- hay un porcentaje suficiente de población dispuesto a pagar por sus servicios. Y más, después de que anunciase su intención de incrementar el precio de su cuota para nuevos miembros. La cultura del «todo gratis» pasa factura.