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Retrato de un «selfie»

Michael Mcloughlin / Colpisa

OCIO@

Jamie Rhodes

En dos años, el autorretrato ha dejado de ser estigmatizado para convertirse en uno de los mayores fenómenos de la red

13 jul 2014 . Actualizado a las 22:15 h.

A los vídeos de gatos les ha salido un serio competidor en Internet.

Eso de autorretrarse ha empezado a acaparar un generoso espacio entre las publicaciones de Facebook e Instagram. Los selfies han dado forma a una frívola moda de dimensiones planetarias en la que se ha visto atrapado hasta el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, que se llevó una regañiña de su mujer Michelle tras andar sacándose fotos con el móvil con la primera ministra danesa, Helle Thorning-Schmidt, en el funeral de Nelson Mandela. Anécdotas esporádicas aparte, la palabra en cuestión tuvo el pasado año el privilegio de convertirse en vocablo de 2013 para los encargados del diccionario Oxford, uno de los guardianes de la lengua inglesa, superando así a bitcoin o showrooming y publicaciones como la revista Time no han podido resistirse, reconociendo lo ingente de este fenómeno. Y es que tan solo en dos años el uso de este término ha crecido un 17.000 %.

Su origen no está tan claro ya que, mientras unos ubican su primera utilización en Flickr en 2004, otros se remontan al 2002 y aseguran que se escribió en un foro australiano. Sin embargo, esta revolución parece tener orígenes más antiguos: hay quien dice que Robert Cornellius ya consiguió autofotografiarse en 1839. «Sin la miniaturización de las cámaras fotográficas y, sobre todo, la posibilidad de repetir sin coste esto no se habría extendido tanto», opina Delia Rodríguez, autora de Memecracia. Los virales que nos gobiernan.

«Al final todo estos cambios se deben a la tecnología», asegura la periodista, quien agrega que los selfies, en su opinión, es otro «meme más» que está viviendo su gran momento. Aquí, hasta hace pocos años, los selfies eran para muchos un síntoma inequívoco para diagnosticar el bautizado como «chonismo» e identificar a otros grupúsculos de la España más cañí. «No me extraña que se haya popularizado. Antes, en algunos casos, se asociaba a la imagen de mujer joven de zonas de extrarradio de las ciudades», argumenta Rodríguez.

«Pero internet también está cambiando hábitos. Si me dicen a mí hace dos años que gente de mi entorno iba a utilizar aplicaciones de citas no me lo hubiese creído y esta pasando», sentencia.

«Lo que empieza a darse es un uso muy hábil por parte de algunas celebrities o de algunas compañías, como hizo Samsung en la gala de los Oscar», recuerda la periodista, preguntada por casos como los de actor James Franco, que firmó una columna en el New York Times que le valió el apodo del rey del selfie o el de Kevin Spacey, que cobró 500.000 dólares por una de estas imágenes promocionando México.

Tras dilapidar los estigmas, estas fotos no son exclusivas de los probadores de los grandes centros comerciales o los cuartos de baño de los bares y no son pocos los que han protagonizado espectaculares y arriesgadas instantáneas en los lugares más insólitos. La última, el pasado viernes, cuando un mozo se retrató a la carrera en el quinto encierro de los Sanfermines a pocos centímetros de los morlacos, una locura que le puede costar hasta 1.500 euros de multa. Según la encuesta Selfie Adicto, realizada por Line entre 27.000 europeos, los españoles e italianos prefieren sacar a relucir su parte más sentimental y aparecer junto a sus parejas, mientras británicos y alemanes optan por posar en solitario. Casi la mitad de los adultos aseguran haberse hecho alguna vez una de estas fotos, mientras que cuatro de cada diez personas de entre 18 y 34 admiten hacerlo una vez por semana. En redes sociales, según un estudio de Sony, consiguen un 38% más de «Me gusta» que otras publicaciones.

Por no hablar de las derivadas como el groufie (autofotos en grupo), el after sex (después de practicar sexo) o el belfie (enseñando el trasero).

«Personalmente creo que puede esconder dos posibles conductas: una falta de autoestima muy relacionada con la carencia de aceptación a un grupo y ciertos rasgos de narcisismo que sinceramente tampoco me parecen tan negativos», comenta el psicólogo Marc Massip, fundador del programa Desconect@. Massip, creador de una aplicación para desengancharse de los móviles, asegura que no ve «ningún trastorno» detrás del exceso de autorretratarse, aunque si una «conducta adictiva» que pueda resultar «incómoda en ciertos momentos». «Qué necesidad más tonta tener que retratarte en todo momento, no?», se pregunta.