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Del FOMO al JOMO: así están desconectando los jóvenes de las redes sociales

Tamara Montero
Tamara Montero SANTIAGO / LA VOZ

OCIO@

Qustodio

Los menores pasan de media cuatro horas diarias delante de pantallas consumiendo contenido. Ahora, empiezan a preferir distancia y estar presentes en su día a día

14 ago 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Al que más y al que menos le ha ocurrido: abrir una aplicación en el móvil y de repente, en medio del scrolling se ha perdido media hora o una hora. Ante esa situación, hay personas que deciden tomar distancia de las redes sociales y centrarse en el presente. El ya archiconocido FOMO (Fear of Missing Out) empieza a ser sustituido por el JOMO (Joy of Missing Out) o lo que es lo mismo: perderse las cosas y disfrutar de estar desconectado.

«Los jóvenes reciben un alrededor de 240 notificaciones al día, que es mucho si lo comparamos a los 80 que reciben a los adultos». Lo explica Emily Lawrenson, responsable de comunicación de Qustodio, que ha presentado el estudio Nacer en la era digital: La generación de la IA y que cifra en una media de cuatro horas diarias el consumo que los menores hacen de pantallas en España.

Cuatro horas diarias consumiendo contenido de todo tipo y ese constante bombardeo de notificaciones puede desembocar en una sensación de agobio y en ansiedad. Y esa es precisamente la razón por la que cada vez más jóvenes deciden optar por la desconexión y por ese disfrute de perderse cosas, que es más bien centrarse en el presente, en el autocuidado y en la seguridad. En definitiva, hacer una apuesta por la salud mental, resalta Lawrenson. 

 El equilibrio es complicado, porque se puede sufrir ansiedad por la hiperconexión, por el consumo compulsivo de redes sociales, de noticias, de vídeos... y a la vez, cuando se intenta desconectar, sentirse también con ansiedad y agobio por el miedo a estar perdiéndose algo. «Por mucho que puedas involucrarte en los planes, siempre habrá otra oportunidad y creo que los jóvenes se están dando cuenta que puedes decir que sí a los planes que te apetecen y no a lo que a lo que no quieres hacer», afirma Lawrenson.

Es decir, valorar las amistades presentes y no solo las que se desarrollan a través de una pantalla. La responsable de comunicaciones de Qustodio afirma que el FOMO también lo sufren los adultos, porque en el bolso o en el bolsillo caminamos con un método de comunicación constate. «Realmente te pueden llamar en cualquier momento del día».

Eso provoca también un espejismo de conexión, porque puede que la comunicación sea constante a lo largo del día a través de la pantalla pero en realidad no se hacen tantos planes presenciales. «La gente da un paso atrás en el uso del móvil y así pueden quedar con alguien cuando realmente quieren y les apetece».

Porque a según qué edades los jóvenes pueden estar sometidos a una presión social que les obliga a hacer cosas que igual no les apetecen. «Tienen que aprender a disfrutar de lo que les gusta y evitar sentir esas obligaciones que, a la larga, pueden tener efectos negativos sobre ellos. Prácticas como el JOMO pueden ser muy efectivas si sienten ese tipo de dependencia tecnológica», dice Lawrenson.

Porque en realidad, el problema no es el dispositivo, sino la sensación de interacción que produce. Un grupo de investigación de la Universidad de Granada (UGR) ha demostrado que no es tanto la pantalla en sí, sino cómo se utiliza. Para ello, utilizaron una muestra de 86 individuos, divididos en dos grupos. En uno de los grupos (el grupo de expectativa social) se le pidió a cada participante que enviase un mensaje a través de WhatsApp a sus contactos más activos en el que se explicaba que iban a participar en una tarea «emocionante dentro de un universo de realidad virtual». En el otro grupo, el grupo de control, no le pidieron que enviasen ese mensaje «emocionante» a sus contactos.

Entonces se les pidió a todos los participantes que desactivasen sus notificaciones y que dejasen sus teléfonos móviles sobre la mesa boca abajo mientras realizaban una actividad inusual sumergidos en un entorno de realidad virtual. Una vez terminada, el equipo de investigación dejó a los participantes sin hacer nada y sin poder utilizar sus teléfonos móviles. Al cabo de un rato, se les permitió volver a utilizar WhatsApp.

Durante el desarrollo del experimento se midió la actividad electro-galvánica de la piel, que funciona como indicador de la actividad del sistema nervioso autónomo, o lo que es lo mismo, algo así como una medida fisiológica de la ansiedad. Las personas que estaban en el grupo de expectativa social estuvo más tenso durante todo el experimento. También se puso más ansioso cuando se solicitó que dejasen de usar el teléfono móvil. «Además, cuando se permitió usar otra vez el teléfono móvil este grupo experimentó una excitación mucho más pronunciada», explicaba Jorge López Puga, investigador del departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológico de la UGR y autor principal del trabajo. 

Cómo iniciarse en el JOMO

¿Existen estrategias para comenzar a vivir en ese joy of missing out y dejar atrás la ansiedad por estar perdiéndose algo? «Al final es encontrar la manera que funciona para ti», dice Emily Lawrenson. Una de las más obvias es desactivar las notificaciones para no ser consciente (o por lo menos no tanto) de cuándo llegan mensajes.

«Si lo necesitas, por ejemplo por trabajo, también puedes desactivar solo algunas notificaciones o incluso usar filtros para limitar contenidos concretos y así limitar el tiempo que se pasa en las aplicaciones» como las redes sociales, que son un lugar «donde realmente experimentas un FOMO», aconseja la responsable de comunicaciones de Qustodio.

Limitar el tiempo que se pasa en ciertas apps e incluso bloquearlas es otra opción. La cuestión es si existe un rango de horas que suponen un uso saludable de las redes sociales. «Eso depende de cada uno», matiza Emily Lawrenson, que hace la comparación con el ejercicio físico: puedes recomendar 30 minutos diarios, pero según el estilo de vida o la dieta, esa media hora puede ser demasiado o no ser suficiente.

«Lo mismo ocurre con las redes sociales y las plataformas». Si una persona tiene un alto nivel de adicción, que les cuesta mucho dejar el smartphone a un lado, sí deberían plantearse dejar a un lado los dispositivos, mientras que otra persona tiene una buena relación mental con las pantallas, que no le generan FOMO ni dependencia, podría pasar más tiempo consumiendo contenido sin que suponga un problema.

«Esto depende de la salud mental y de cómo experimentan la vida con tecnología», afirma Lawrenson.

Existe también la opción de aplicaciones que cambian la apariencia del teléfono para hacerlo menos atractivo para el scrolling o las que te preguntan cada vez que entras en una app si realmente quieres verla o lo estás haciendo de manera automática. «Son interesantes porque al final es hacer un uso más consciente». 

Las redes sociales funcionan en muchas ocasiones como una vía de escape del aburrimiento y de evasión ante problemas y eso puede llevar a comportamientos más adictivos en el uso de dispositivos. «Estas aplicaciones están diseñadas para que tengas una idea más consciente de tu uso en las redes o del teléfono móvil», resalta. 

Un macroestudio realizado con encuestas en más de 200 países demostró que alrededor de un tercio de los entrevistados entraban en el rango de alto riesgo de adicción a móvil y un estudio elaborado por la Red de Atención a las Adicciones (Unad), plataforma que agrupa a dos centenares de organizaciones especializadas de todo el país, y por la Federación Española de Jugadores de Azar Rehabilitados (Fejar), indica que más de la mitad de las personas con adicción a internet o con trastornos graves derivados del exceso de horas enganchados a las pantallas, el 52 %, son adolescentes de 16 y 17 años.

Algunos estudios indican por su parte que hasta el 70 % de la población española querría reducir el uso que hacen del teléfono móvil y que el principal uso que se hace del dispositivo es para leer y contestar mensajes de WhatsApp, seguido de consultar las redes sociales. Como media, los españoles pasan unas dos horas al día en aplicaciones de mensajería, lo que viene a reforzar que no se trata tanto del uso de dispositivos en sí, sino de la sensación de interacción que se obtiene con ellos.