06 abr 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

El Obradoiro ha perdido el oremus. Quien viese los primeros cuatro minutos del partido pudo ahorrarse el resto y no valen como excusa las muchas e importantes bajas que cada semana van minando el colectivo. La derrota era esperable, pero no de una forma tan lastimosa. Sonrojante es lo más suave que se puede decir de la imagen del equipo y lo peor es que no fue un mal día, porque el proceso de descomposición viene de más lejos, quizás enmascarado por esa increíble racha de lesiones.

En defensa, el Obra es blando a más no poder. En ataque no hay guión. La única consigna parece que es la de mover el balón para que se la acabe jugando uno. Ni hay referencias dentro ni hay bloqueos o sistemas para tratar de facilitar cómodas posiciones de lanzamiento a los tiradores. A todo eso se le suma que el colectivo no corre. Ayer, los jugadores del Bilbao galopaban al contragolpe y los del Obradoiro llegaban unos metros por detrás.

El partido del domingo frente al Alicante sí es trascendental. Y quizás no queda mucho más que rezar o esperar un milagro, porque el naufragio no remite al partido de ayer. El último mes y medio es un declive continuado, si acaso atenuado por la engañosa victoria ante el Lagun Aro.

En la segunda vuelta las únicas decisiones drásticas que se tomaron en el club fueron para destituir al director general, Miguel Juane, y degradar al director deportivo, Alberto Blanco. No hay nadie entre la directiva y el vestuario en el día a día, nadie para dar un toque de atención a tiempo o leer la cartilla cuando no basta con las advertencias.

Queda una semana para intentar revertir la situación, porque, si de aquí al encuentro del domingo no se opera un giro de 180 grados, si el colectivo sigue igual de deshilachado que en sus últimas comparecencias, ni siquiera un milagro lo puede salvar. Hasta la paciente y volcada afición da síntomas de rabia y cabreo.

Pintan bastos.