«El casco viejo se nos muere»

xosé m. cambeiro SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO

XOÁN A. SOLER

Afirma que él no bajará la reja tras 150 años de Bazar del Villar

23 ene 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

De niño Manuel Villar, nacido en la rúa Orfas, jugaba con sus amiguetes por el entorno y a veces tropezaba con la mirada grave del guardia de tráfico sito en la plaza de Galicia. El agente, como el cartero o el barrendero, se llevaba en las Navidades el aguinaldo de los vecinos. Santiago era una familia y eso hoy suena a un cuento de dulzor hogareño. En La Salle, a donde caminaba a diario con sol o lluvia, Manuel soñaba con empacharse de regalices, el premio que recibían los primeros de la clase.

Ya con el acné derrotado, se metió en un aula de Medicina, pero decidió regentar la juguetería de su padre. Por encomienda paterna, tuvo que moverse solo por las ferias de juguetes para empezar a ganarse los garbanzos. «Mi padre me dio libertad para actuar», enfatiza Manuel. Hace treinta años de eso.

El Bazar del Villar, fundado en 1865, es el más antiguo de Galicia y uno de los más añejos de España. Manuel representa a la cuarta generación y asume y venera esa trayectoria histórica de casi 150 años: «Yo no bajaré la reja del Bazar del Villar. Moriré con las botas puestas».

La competencia en el sector, como en otros, es feroz y Manuel ha visto desfilar muchos cadáveres. Hace 15 años el casco viejo estaba muy surtido de jugueterías tradicionales. El que quería comprar juguetes tenía que pisar el empedrado. Hoy en la Rúa do Vilar solo queda Bazar del Villar. Había ocho joyerías en esta rúa y subsiste Mayer: «Esta calle tenía mucha vida, y solo quedan instituciones y negocios de recuerdos enfocados al turismo. No hay vida comercial ni habitantes en la zona vieja». Tiene claro Manuel que los motores arrastran, y si en vez de fundaciones residiesen grandes comercios en esos locales, tipo Inditex, «ganaría el casco histórico». Otra huida de la que, a su juicio, se resiente el comercio es la de los profesionales de la ciudad vieja que han ido a cobijarse en el Ensanche.

La irrupción de las grandes superficies tampoco es una buena noticia para el pequeño comercio. Quitan y no dan. Villar solicitó un hueco en el centro de As Cancelas: «Fue imposible, porque el precio era de escándalo». El problema de la nueva gran superficie es que «la tarta a repartir no es grande y viene alguien que come mucho».

El mismo campo de juego

Pero es que además las grandes áreas se permiten hacer rebajas con el nombre de ofertas y el comercio sigue la estela. Villar reclama una ley que evite esos camuflajes y posibilite «que todos puedan jugar en el mismo campo de juego» porque sino las tiendas caminan con riesgo de zozobra.

El casco antiguo está viviendo una nítida transformación con los programas rehabilitadores del Consorcio. Pero Manuel advierte un fallo notable: «Se hace rehabilitación, pero no habitación». Y el centro histórico se despuebla. Villar deja fluir su lamento: «El casco histórico se está convirtiendo en un museo. Funciona en verano, pero en invierno esto está solitario. Es una pena ver cómo se está dejando morir el casco histórico. La imagen de la rehabilitación es bonita, pero huera si no hay gente que resida. Yo propondría que los edificios rehabilitados por subvención sean habitados o, de lo contrario, que sus titulares devuelvan las ayudas».

Una de las etapas más intensas de Manuel Villar fue la de presidente de Compostela Monumental, formando un tándem con Vicente López-Veiga: «Éramos como Zipi y Zape. Nos entendíamos muy bien. Y eso sucedía porque actuábamos en el interés del casco histórico, defendiéndolo a capa y espada contra el equipo de gobierno o contra quien fuese». Una de las batallas más famosas fue la de la peatonalización: «No se contó con los residentes, como en el Ensanche, y no se hizo bien».

«Llevo toda mi vida metido aquí en la almendra», proclama Manuel Villar, quien asegura que no la canjearía por ningún otro casco histórico ni por el ensanche. De hecho, su oficina está en la Rúa do Vilar y no se mudaría a la zona nueva. «Aguantaré aquí todo el tiempo que sea», dice con espíritu numantino.

Recuerda cuando el área monumental estaba poblada de automóviles y él mismo se iba a tomar los vinos a Fonseca en coche: «La mentalidad ha cambiado y hoy voy al Hospital Clínico andando». Y es que las distancias tienen otra escala: antes, ir a la Senra era casi salir de Santiago. Que el centro histórico esté libre de coches no le parece mala idea, pero claro, con aparcamientos cercanos y baratos.

También cambió la vida y mudaron los hábitos de consumo. Y no lo celebra con cohetes. Conquistas como el cierre en los sábados por la tarde, por ejemplo, quedaron revocadas.

Pero se siente feliz en sus tiendas, rodeado de juguetes, en donde trabajó hombro con hombro con su progenitor prácticamente hasta su muerte: «Yo si aguanto aquí es porque mi padre consiguió mantener y potenciar el negocio y valoro enormemente el trabajo realizado por él en ese sentido».

Verse rodeado de juguetes, y ver cómo los niños disfrutan ojeándolos, es un bonito aliciente para Manuel, que a menudo se siente transportado a su niñez. Evoca su edad adolescente cuando empezó a ayudar a su padre, junto a sus hermanos, en la tienda: «Veía los regalos reservados a mis amigos y me sentía un Rey Mago. Sabía los juguetes que iban a tener».

El Bazar del Villar está inmerso en una cooperativa conformada por setenta socios con 200 puntos de venta en España.