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El mandato municipal llegó al ecuador. Es habitualmente el momento en el que la peonada política baja del tendido de sombra para aproximarse a la barrera o, avanzando, a los burladeros para ver más de cerca lo que ocurre en la arena local. Llegar a la mitad del mandato mueve a algunos a culebrear en la política compostelana, sondear y buscar talones de Aquiles que permitan situarse en primer plano.
Es, pese a todo, una distancia aún considerable la que nos separa del horizonte del mandato como para elucubrar quitando y poniendo reyes. Y, sin embargo, más de uno tiene la impresión de que en Raxoi está casi todo hecho. El «casi» es la duda que danza hoy y que lleva danzando desde el principio de la legislatura municipal, y está poniendo a prueba los muelles de los escaños socialistas. La ley de Hooke es impredecible y el burladero está muy activo.
Agustín Hernández acaba de airear su candidatura a convertirse en el primer compostelano. Es un guante lanzado a distancia, con el certificado de la gestión de un año que no le vino, sino que le sobrevino. Los votos valoraron luego su gestión, pero no lo suficiente para seguir llevando las riendas de la ciudad.
Obviamente, aspira a la suficiencia electoral. Solo puede lograrlo con una prueba de alquimia: transformar las mayorías absolutas generales y autonómicas en locales. Es dar con la química que convierte a un candidato en alcalde. Hernández, pletórico, proclamó su propósito alcaldable. Le hará bien permanecer alejado de las zahúrdas de Plutón, de la plutocracia black.
Nadie duda de que, salvo fuerza mayor que le sitúe en otro solio, Martiño Noriega intentará volver a mostrarse con su gorra de los domingos desde algún Toural victorioso. A diferencia de Hernández, para él la distancia hasta el día de autos es duradera. Cuando hace unos días le preguntaron por su futuro político, el regidor respondió con un largo me lo fiais.
Nadie es imprescindible en una formación de unidad popular. Hay quien lo dice con la boca pequeña en el seno de Compostela Aberta, pero lo que bulle en su mente es una debacle nuclear si Noriega cambia de destino institucional o maneja el fonendoscopio. Claro, claro, que hay orfandades más dramáticas.
Alianzas
Lo que sí va a tener que jugar el equipo de CA es una segunda parte endiablada tras una primera, como la del Deportivo, falta de tensión y con unos rivales crecidos. Una segunda parte más asentada, pero pendiente del caso Duarte y de una posible remodelación equilibradora de funciones.
Sabe también el regidor que las alianzas se tornarán más caras y que los grupos tendrán muy a la vista la tabla local de cotizaciones en el tramo final del mandato.
Rubén Cela, hoy socio preferente, es otro de los cuatro reyes de la actual baraja que formará baza en el próximo mandato. No ha dado motivos para airar al personal nacionalista, está en la pomada, repartió juego cuando quiso y el BNG le ha puesto el cartel de intransferible. Aunque desaferrará en la medida de lo posible su programa político del mensaje del vecino en el poder, y proclamará su identidad, seguirá teniendo en sus manos el destino plenario de Compostela Aberta.
Y mantendrá esa función bisagra, engrasada para que no chirríe, porque el PSOE competirá al parecer ad infinitum con un jugador menos que empequeñece aún más el bagaje electoral obtenido. Paco Reyes, que encierra un buen cerebro, no es culpable de esta baja, pero pesa lo suyo en la incertidumbre del horizonte socialista, como pesará el hacer, el carisma y, sobre todo, la convulsión que viven las siglas, no aptas para cardíacos ni para candidatos inciertos. El PSOE es el «casi», la excepción. Alguna voz, experta y veterana, ya se ha pronunciado como «disponible».
Casi todos los candidatos son predecibles en este punto del ecuador. Los doses y treses del burladero, no. La incógnita es ver quien empuñará finalmente el manípulo. Mejor llamémosle bastón de mando. El manípulo de antaño simbolizaba el poder, y hoy simboliza el cabreo ciudadano en España.