Javier Gago: «Cuando estuve en París fue un flash psicológico y una sorpresa continua»

irene martín SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO

XOAN A. SOLER

Tocó en una docena de grupos y orquestas durante 47 años, entre ellos Los Galaicos

05 ene 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Recibe en su cuarto de música, donde hay un atril, un pecé y una guitarra Alhambra. Javier Gago Lourido (Santiago, 1953) vino al mundo en un sanatorio de la calle Doutor Teixeiro, pero se crio en Ribeira, hasta que con nueve años ingresó en el colegio La Salle. «Allí dejé de ser Javieriño, como me llamaban en la escuela, para convertirme en el alumno número 362 de un colegio de más mil alumnos. Un interno tenía una visión muy limitada del mundo y condicionada por la educación religiosa de la época; así que tuve que leer mucho para desintoxicarme un poco», dice de su paso por el centro lasaliano. Al salir, descubrió una realidad que «chocaba con los valores y buenas intenciones» que predicaban los frailes; pero su auténtica revelación llegaría cuando empezó a viajar al extranjero todavía en plena dictadura franquista. Con 18 años recorrió con su hermano Miguel, de 15, toda la Costa Azul en auto-stop, durmiendo en las playas.

En París trabajó un par de meses limpiando el Consulado de Italia y, por las tardes, cantando en el metro. «Tocábamos canciones populares gallegas como Na beira do mar y A Rianxeira, y también de la tuna. Buscábamos diferenciarnos. Allí descubrí la libertad. Veía mítines en la calle sin policía, carteleras de cine con desnudos inconcebibles en España… Los periódicos hablaban de todo. Conviví con exiliados republicanos españoles. Aquello fue un flash psicológico y una sorpresa continua», según relata con entusiasmo.

Había empezado a estudiar Filología Francesa cuando su madre deja de enviarle dinero, al descubrir que Javier leía libros de psicoanálisis y de Freud, lecturas que ella consideraba pornográficas y de titiriteros. «En ese momento -explica- me dije a mí mismo que nunca volvería a depender económicamente de la familia. Fue así como me hice músico profesional. Había aprendido a tocar la guitarra en la rondalla del colegio que dirigía el querido maestro Isaac Vázquez Alvite. Luego fui un par de años al Conservatorio y, finalmente, me hice autodidacta», cuenta. Fueron cuarenta y siete años tocando en una docena de grupos y orquestas, hasta que se jubiló hace un año, entre ellos Los Galaicos, Los Embajadores y Noroeste. «Es una vida más sacrificada de lo que parece. En mi época, nosotros, además de tocar, montábamos y desmontábamos los equipos, y circulando por aquellas carreteras. Por tanto, teníamos que madrugar mucho para llegar a media mañana al sitio, montar, probar sonido y, muchas veces, hacer la procesión; es decir, normalmente dos o tres trompetistas iban detrás de los curas tocando a ritmo de marcha lenta. Luego la sesión vermú y, por la noche, la verbena. Y al día siguiente, vuelta a empezar», rememora Gago, al tiempo que señala lo bien que los trataban las comisiones de fiestas. En la provincia de Lugo era habitual que los músicos se repartiesen por las casas de los miembros de la comisión a la hora de comer.

«Teníamos dos tipos de repertorio: el típico para bailar a base de pasodobles, cumbias, merengue…, y otro compuesto por las canciones de moda. En los sesenta y setenta era tan rica y abundante la producción musical que teníamos problemas para escoger las canciones», recuerda con gusto. «Y al no haber informática, no había música pregrabada; todo era en vivo y en directo, incluidas las pifias», añade mientras ríe. Contento con su vida, Javier también dio clases de guitarra a niños y a adultos en los últimos años de su vida profesional: «Me encantaba dar clase, para mí es una terapia que me satisface un montón».

Yesterday es su canción por excelencia y The Beatles, su grupo preferido. «Fueron mis padres musicales y, además, me gustaba mucho como armonizaban las canciones», advierte el guitarrista, que también tiene entre sus preferencias a Los Brincos y Los Ángeles o Manhattan Transfer, Bee Gees y Beach Boys, «porque empastaban muy bien las voces». Dice que echa de menos viajar, «pero no la carretera como músico, porque además quema trabajar de noche», concluye.