Julio Bernárdez: «Me emociona sentir el cariño de la afición del Obradoiro 40 años después»

Ignacio Javier Calvo Ríos
NASO CALVO LA VOZ / SANTIAGO

SANTIAGO

XOAN CARLOS GIL

«Aquel ascenso de 1982 fue algo mágico, éramos como hijos de la ciudad», recuerda con nostalgia quien durante diez temporadas, cinco como jugador y otras cinco como entrenador, defendió la camiseta obradoirista

10 nov 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Julio Bernárdez Álvarez (Vigo, 1958) cumplirá 64 años el 11 de diciembre. Es, desde hace 33, técnico de deportes del Concello de Porriño y el 8 de febrero del 2023 intentará convertirse en el nuevo presidente de la Federación Galega de Baloncesto. Fue durante cinco temporadas jugador del Obradoiro y en otras cinco campañas más ejerció de entrenador en la capital gallega. Comenzó muy joven en el básquet, en el Salesianos de Vigo, compartiendo vestuario con otras leyendas de este deporte como Quino Salvo y Augusto de la Concepción.

Llegó al Obradoiro con 17 años. Era amigo de Quino Salvo y le acompañó a un amistoso de pretemporada del equipo júnior en Sar. José Manuel Couceiro, que era el entrenador, le pidió que jugase. «Me dio ropa y unos botines que me apretaban por todos los sitios, y ya me quedé en Santiago», recuerda Bernárdez, licenciado en Geografía e Historia y con un máster en gestión de instalaciones y entidades deportivas. Entró de inmediato en la dinámica del primer equipo obradoirista, en Primera B. Muy pronto abandonó la práctica del baloncesto para convertirse en entrenador del conjunto compostelano.

—¿Está pensando en la jubilación?

—El año que viene cumplo los 65, pero todavía no tengo claro qué voy a hacer, pues mi decisión dependerá de lo que suceda con las próximas elecciones en la Federación Galega de Baloncesto.

—¿Será el nuevo presidente?

—Esa es la idea. Me presento con un gran equipo, con muchas cosas que ofrecer. Menos balón y banquillo, lo fui todo en baloncesto. Es una frase que decía siempre Alfonso Rivera. Trabajar en la gestión de la administración pública me da también una gran experiencia para intentar afrontar este nuevo reto.

—¿Por qué se presenta?

—El baloncesto me dio mucho y creo que puedo mejorar este deporte en Galicia poniendo todo lo que aprendí a lo largo de tantos años. El anterior presidente realizó una buena gestión económica y dejó saneada la Federación, que en estos tiempos no es nada fácil. En mi equipo están Tonecho Lorenzo y José Covelo, que lo saben todo de baloncesto. Tenemos mucha experiencia y queremos ayudar con una mejor planificación. Queremos que la Federación sea el verdadero reflejo de la voluntad de los clubes.

—¿Cómo era aquel Obradoiro en el que vivió en los 70 y 80?

—Entrañable. Mágico. Un día vi al Obra en Vigo y desde aquel momento mi ilusión era jugar un solo partido con aquel equipo y aquellos jugadores. Al año siguiente se cumplió mi sueño.

—¿Cómo recuerda sus primeras experiencias en la capital gallega?

—Eran momentos difíciles, convulsos por los problemas económicos, pero el vestuario siempre fue una piña. Estuve al lado de gente que hoy son verdaderos amigos, como Mario Iglesias, Alberto Abalde, Tonecho, López Cid, Pepe Conde… Soy lo que soy en parte por aquellos años de jugador y entrenador del Obra.

—Muy pronto cambió el pantalón corto por la pizarra, ¿por qué?

—Dejé el baloncesto con 23 años. Muy pronto me pasé a los banquillos. No fue una decisión sencilla. Pensé que era lo mejor.

—En su larga trayectoria de jugador y entrenador, ¿cuál fue su momento de mayor esplendor?

—El ascenso del año 82 a Primera División. Fue de los instantes más bonitos y brillantes que viví con este deporte. Tardamos cuatro horas en bajar del aeropuerto de Lavacolla al centro de la ciudad. La carretera estaba colapsada. La pista del aeropuerto estaba inundada de aficionados. Fue un recibimiento extraordinario. Valió la pena el esfuerzo por ver la ilusión de una ciudad entera. Fue mágico. Tanto, que 40 años después todavía percibo el cariño de la gente. Es un sentimiento muy especial. Éramos como hijos de la ciudad. Así nos trataban. Los vínculos con Santiago ya fueron para siempre. Me emociono cada vez que voy a Santiago.

—¿Qué tipo de jugador era usted?

—Un base de 1,86. Hoy me ficharía para mi equipo. Creo que incluso sería mejor jugador de lo que fui en mi época. Siempre trabajé para el equipo. No era una estrella, pero sí era correcto y defendía muy bien. Peleaba hasta el último segundo. Recuerdo especialmente un partido contra el Caja Bilbao. Quedamos con cuatro jugadores en la pista durante tres minutos y logramos ganarles en ese corto parcial. Sabíamos que nuestra obligación era luchar. Nunca bajábamos los brazos. Ese era el espíritu Obradoiro.

—¿Qué tal se le dio el banquillo?

—Tuve varias etapas diferentes. El inicio no fue fácil, pues tuve que dar órdenes a los que hacía una semanas eran mis compañeros. Era un técnico con intuición e imaginación, que estaba muy bien informado de las últimas tendencias del baloncesto. Con el paso de los años vas progresando, tienes madurez y eres más receptivo, menos desconfiado. Al principio te proteges más. Resumiría mi paso por los banquillos en dos palabras: táctico (me encantaba) y enfermo por la técnica individual. En esto tuve al mejor de todos, a Alfonso Rivera, un adelantado a su tiempo.

«Moncho Fernández es la figura más importante de la historia del Obra»

Julio Bernárdez no se pierde ni un solo detalle del Obradoiro. Vive con intensidad su día a día.

—¿Cómo ve el Obradoiro actual?

—Mi admiración absoluta por el Obra. Sé lo difícil que es mantenerse, porque en los 80 ascendimos a la máxima categoría y descendimos al año siguiente. La labor económica de Raúl López es encomiable, José Luis Mateo lo hace a la perfección en los despachos y Moncho Fernández encabeza el proyecto de una forma realmente fantástica. Es increíble estar tantos años en la Liga Endesa con el presupuesto más bajo de la categoría.

—¿Se merece Moncho Fernández un capítulo aparte?

—Por supuesto. No hay la menor duda. Moncho Fernández es la figura más importante de la historia del Obradoiro. Es la persona más representativa del obradoirismo, incluso por encima de grandes nombres que pasaron por este club. Es la persona más relevante de todos los tiempos y todavía no acabó de escribir aquí su historia. Todavía le quedan más hazañas que conseguir en el futuro.