La aventura de llegar a Rianxo cruzando un denso bosque

Cristóbal Ramírez SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO

CRISTÓBAL RAMÍREZ

Para llegar a esa aldea situada ya en el lado pontevedrés, al final, no queda más remedio que ir monte a través, para lo cual en este tiempo se imponen botas de montaña. El premio: los paisajes

06 abr 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Ver, o mejor dicho admirar, el Ulla en el embalse de Portodemouros no encierra dificultad alguna. El problema es cuando se quiere tener de compañero a partir de esa presa. El río dibuja unos acusadísimos meandros, forma unos tajos inexplorados sencillamente impresionantes y durante kilómetros el acceso a él resulta, como mínimo, complicado. Dependiendo de cómo se planifique la excursión así se podrá alcanzar su ribera y seguirla por alguna de las rutas de senderismo señalizadas.

Así que lo mejor es planear una visita tranquila. Lo cual quiere decir tirar hacia Touro en O Empalme (tres kilómetros después de Pedrouzos rumbo a Arzúa), desviarse a Fonte Díaz pasando por O Cebreiro (el de Lugo no, claro está), en esta localidad hacer un giro derecha-izquierda y por una larga recta (en la bifurcación, a la izquierda y luego no ir a Bustelo) disfrutar de esa pista preciosa que se interna en un bosque en el que llama la atención la cantidad de musgo en los árboles. Se cruza luego una carretera mucho más ancha y comienza el descenso por otro bosque, no tan denso, de las mismas características que el anterior. Y de esa manera se entra en la parroquia de Novefontes con las montañas pontevedresas al frente y el Ulla intuido, que no visto, abajo.

Aquí y allá aparecen pequeños conjuntos de viviendas sin mayor interés que el toponímico, quizás excepto una con un cruceiro de los llamados de crucifijo (solo con la cruz arriba de todo): Dozariñas, Souto, Corvite, Sestelo, Xondo… En cualquier caso, olvídese de coger desviación alguna y procede seguir hacia adelante por la pista incluso cuando las viviendas de Basebe aparecen ante los ojos. Por cierto que al fondo, un poco a la derecha, irrumpe en el paisaje un enorme viaducto del tren.

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La bajada es para tomársela con calma por esa carretera ahora ancha y siempre sin quitamiedos. El Ulla continúa escondido, y solo se divisa cuando aparecen dos señales de senderismo. Se trata de dos rutas distintas, según se vaya a la diestra (PR-G 93) o a la siniestra (PR-G 121, llamada de los Tres Ríos). Ahí está el puente, nuevo, de Basebe, y pasándolo resulta posible aparcar.

Cuesta decir qué impone más: el Ulla en sí o el magnífico bosque de ribera, impenetrable del todo si no se opta por una ruta de las rutas de senderismo, un magnífico tesoro natural a ambos lados de la frontera administrativa provincial. El río da una falsa impresión: antes del puente corre saltarín, y parece que la obra humana lo amansa. No es así, puesto que ahí empiezan kilómetros salvajes, con rápidos espectaculares.

Basebe es una aldea que se agarra a la ladera algo empinada de la montaña. Los amigos de las aventuras deben bordear la pequeña localidad dejándola a la derecha y continuar por pistas que se van cerrando en medio de un bosque muy tupido y que alcanzan las alturas que allá abajo lame el río, y que reciben el nombre —otra sorpresa— de Rianxo, topónimo igualmente de una aldea situada ya en el lado pontevedrés. Eso sí, al final no queda más remedio que ir monte a través, para lo cual en este tiempo se imponen botas de montaña. El premio: los paisajes.

Al regresar por el mismo camino de la ida, al lado de los grupos de casas anteriormente citado se alza un otero muy arbolado. Su nombre lo dice todo: Coto da Croa. O sea, que albergó hace un par de milenios, siglo más o siglo menos, un castro.