Corto viaje a Sucira, una acogedora área recreativa a la sombra de una sencilla iglesia en Boqueixón
SANTIAGO

En la ruta destaca también la curva del río Ulla
11 may 2024 . Actualizado a las 21:01 h.El histórico Ponte Ledesma es, además de meta en sí mismo de una excursión que ocupa todo un día si se quiere, lugar de partida de otra acompañando el río Ulla y admirándolo desde un alto una vez pasado el largo lugar de Vila. A partir de ahí, desvío a Noente. El paisaje inferior, el que está de los ojos para abajo, es de sobresaliente. No se puede decir lo mismo del superior, porque ahí está una enorme mina a cielo abierto que, por otras causas, salió en los medios. Tampoco el falso túnel del tren ayuda a embellecer la panorámica.
Pero en fin, hacia Noente la estrecha pista desciende por el medio de esos prados con una pendiente acusada hacia un valle con enormes prados verdes y carballos en abundancia, con el río Ulla definiendo el entorno. Por la pista se vuelve, tras una subida corta y dura, a la carretera general, pero de haber ido por esta se hubieran perdido imágenes de esas que permanecen en la retina mucho tiempo.

Después de Noente el Ulla se vuelve, otra vez, juguetón y saltarín, y los rápidos imprimen brillantez a su discurrir hacia Padrón. El asfalto va más alto que el agua, separado de ella por un desnivel lleno de robles y algún pino. Los amigos de la fotografía, si llevan calzado apropiado, pueden descender un poco por una pista que arranca a la izquierda y cuyo firme es todo menos regular.
Un buen hórreo con cruz y pináculo, mucho más bonito que la casa a la que pertenece, así como un rego que se cruza casi sin enterarse, aparecen ante los ojos antes que la iglesia de Santa Mariña de Sucira, con su doble campanario y sus dos campanas en el primer nivel y sus lápidas en el suelo, edificio rehabilitado por el Obradoiro de Emprego local en el 20024. Se levantó en el siglo XVII, si bien se reformó en el XIX.
Pero ahí lo interesante no es el templo, sino continuar muy pocos metros para llegar, por primera vez, justo hasta el Ulla. Y es que ahí abajo se extiende el área recreativa de Sucira. Muy acogedora y con la particularidad de que su palco de música —lira coronándolo— no es en absoluto esa pieza de derribo que salpica Galicia aquí y allá. Otra cosa es que el color azul guste o no. Bancos, barbacoas y mesas completan un conjunto que en esta primavera —y ya no digamos en verano— se merece una visita.

De nuevo en la carretera, una vivienda con palleira que mantiene una columna tradicional y un buen hórreo con pináculo y cruz (una pena que no tenga teja curva) se convierte en ejemplo de cómo lograr un entorno agradable aunque ningún edificio deslumbre, pero nada hiere la vista, está ciertamente cuidado. Esa visión positiva no puede tenerse del firme, porque es francamente mejorable, mientras el Ulla queda allá abajo, con una pista invitando a descender un poco si se cuenta con calzado apropiado. El mirador de O Castro (en suelo pontevedrés) y el Pico Sacro alegran el ojo y compensan algo la agresión visual que es la mina, con el río que sigue a lo suyo, corriendo hacia la ría de Arousa y formando rápidos mientras cruza un bosque de carballos precioso y forma una impresionante curva.

La iglesia de San Pedro de Donas debe ser la siguiente parada, con un mausoleo digno de ser admirado y levantado en el año 1927, como queda claro en una frase. Las excelentes viviendas (la de la galería, de matrícula) conforman un conjunto envidiable de Ribadeo a Tui.
Esa carretera muere en la AC-240, y descendiendo por ella se llega a Ponte Ulla, un enclave bonito y sin tráfico. O sea, idóneo para estirar las piernas.