Lucía Gómez: «Investigo y doy clase de IA en dos universidades suizas sin olvidar mis raíces en la churrería»

Olalla Sánchez Pintos
Olalla Sánchez SANTIAGO

SANTIAGO

XOÁN A. SOLER

«Cuando en el 2022 saltó el bum de la inteligencia artificial, nosotros llevábamos ya seis años rompiéndonos la cabeza...», aclara recién llegada de Ginebra y mientras disfruta de sus vacaciones entre Teo, donde creció, y Santiago, donde está la churrería familiar Los Tilos. Apasionada también de la música, este verano cantó con un coro góspel en EE.UU.

20 jul 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Reconoce riendo que a sus 36 años ya hizo de todo. «Toqué muchos palos; no paro», confirma Lucía Gómez, profesora de inteligencia artificial en dos universidades públicas de Ginebra y Berna, en Suiza, mientras saborea unas vacaciones que reparte entre Teo, donde nació, y Santiago, adonde sus padres trasladaron la churrería familiar Los Tilos.  «Lo que soy a nivel de enseñanza e investigación me viene por mis raíces en la churrería, que no olvido, y por mis padres, con la creatividad, la innovación y el "no hay fronteras" de él y la perseverancia y disciplina de ella. El negocio lo vivimos como familia. De hecho, no hay Fin de Año que no vuelva para trabajar toda la noche en la churrería. Un negocio que me recuerda lo que cuesta todo», elogia, y repasa una trayectoria que, admite, se sale de lo común.

Tras estudiar en el colegio de Los Tilos, se encaminó inicialmente por Arquitectura, pero las materias y un grave accidente, que le dañó los tendones de la mano y le impedía dibujar, la recondujeron hacia Psicoloxía, en la USC. «Hay maestros que te cambian la vida; por eso es tan bonito impartir clase… Nada más llegar a esa facultad un profesor (Manuel José Blanco) nos planteó el reto de razonar, sin saber nosotros nada del cerebro ni de percepción, cómo procesamos la información visual. Me acuerdo de llegar a casa y disfrutar escribiendo mi visión de cómo podrían actuar las neuronas... Me puedo pasar mil horas pensando en cómo funciona algo», confiesa con entusiasmo. «Por su forma de enseñar, me orienté hacia la investigación, sobre todo en neurociencia», añade. «Al acabar la carrera, coincidió el cambio educativo de licenciatura a grado, no convalidándome todo para trabajar. Una buena opción para mí fue buscar un máster por Europa. Tras enviar muchas cartas, me contactaron de la universidad de Ginebra. Alexandre Dayer, el supervisor del máster, otra personal fundamental en mi vida, valoró, como dijo, "mi perfil atípico". En el 2015 empecé a investigar en ensayos de bipolaridad, saltando con el tiempo a biología molecular, con procesos de extracción de ADN, tanto a partir de sangre humana como de tejidos de ratones, pese a que esto último me dolía... Decidí entonces profundizar en bioinformática, en una visión computacional de la neurociencia. Era como decir: "Dadme datos de ADN y yo hago modelos matemáticos, sin necesidad de buscar nuevos tejidos". En el 2016 no había tanta gente, salvo en EE.UU., aplicando bioinformática para neurociencia. Cuando en el 2022 saltó el bum público de la inteligencia artificial, nosotros llevábamos ya seis años rompiéndonos la cabeza...», afirma con una dicción que ya delata su residencia suiza.

Lucía Gómez empezó su formación en la Facultade de Psicoloxía de la USC, en el Campus Vida
Lucía Gómez empezó su formación en la Facultade de Psicoloxía de la USC, en el Campus Vida XOAN A. SOLER

«Entremedias me formé en neurofinanzas —oportunidad que me brindó Giuseppe Ugazio, haciendo estudios de IA con millones de datos, aprendiendo procesamiento del lenguaje natural», evoca. «También, desde la universidad de Ginebra, profundicé en filantropía, mapeando la red y el sector para ver quién está detrás de cada proyecto, buscando unir fuerzas y recibiendo el premio al mejor proyecto en filantropía europea del 2021. En el último año, para una iniciativa europea de inteligencia artificial para finanzas, atravesé el continente, mientras me preparaba para dar clases...», encadena, y bromea con que desiste de detallar a su círculo cercano todos sus proyectos.

Su salto a la enseñanza llegó en el 2024. «Mandé mi candidatura a una plaza para la Universidad de Ciencias Aplicadas de Berna. Pese a mis 35 años y a la falta de recorrido académico, estimaron mi experiencia... La logré y empecé a impartir inteligencia artificial, un campo que ya lo cambió todo... Ahí ves que los estudiantes, independientemente de la rama que vengan, quieren formarse en ello», destaca. «Con ese nuevo estatus, en la universidad de Ginebra, donde seguía con un posdoc, me resituaron también como profesora de IA. Vivo en el tren, entre una ciudad y otra», reflexiona, sin negar el peaje que conlleva tanta dedicación.

«Mi refugio es la música. En Teo estudié de niña piano y canto. En Ginebra mi primer sueldo fue para un piano... Allí estoy en un grupo de rock, los Rocket Riders, en el que versionamos temas de los 80, y en el coro góspel SOVA con el que este verano canté durante una semana en EE.UU. Fue increíble. Eso lo vivo también con pasión», refrenda.