Alejandro Pardo: «Con 26 años llevaba tres bares, entre ellos una gran terraza en la praza da Quintana»

SANTIAGO
El hostelero está desde hace 9 años al frente de Os Croques, uno de los locales situado en los soportales de la monumental plaza compostelana. «Contraté a una persona para guardar las 32 mesas de la terraza que guardamos cada noche en el bar, que tiene solo 60 metros cuadrados. Es como hacer un croquis», bromea
19 oct 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Es ahora, al empezar a remitir la temporada alta del turismo, cuando Alejandro Pardo, de 32 años, puede parar un momento. «En octubre, y con este calor, aún trabajamos bien», asiente el hostelero, a quien muchos conocen como Álex Croques, por el nombre —Os Croques— del bar que gestiona desde hace 9 años en A Quintana. «Es curioso porque la gente relaciona Croques con croquetas y por ello, entendemos, es lo que más nos piden, pero, en realidad, se llama así por el santo dos Croques. Ese ya era además el nombre del primer bar que llevé en Santiago», evoca.
Nacido en Ginebra, en Suiza, adonde emigraron sus padres, su infancia transcurrió desde los 3 años en Cerceda. «Llegué muy joven a Santiago y ya me enfoqué a la hostelería. Comencé con extras en distintos bares, como la Cervecería Internacional, el Coffee&Coffee o el inicial Os Croques, en San Clemente. En el 2015, el dueño de ese último local lo quería dejar y lo cogí yo. Estábamos en una zona de gran competencia, pero creo que nos hicimos un hueco con los desayunos», repasa, y señala que con su esfuerzo —«Llegué a trabajar 16 horas al día»— y ahorros no cesó en un empeño empresarial.

«En el 2016, un bar situado en una esquina de los soportales de A Quintana quedaba libre, y cambié Os Croques para allí, dejando San Clemente. De forma paralela empecé a gestionar la Raxería Rosalía, en la praza de Vigo, donde atendíamos principalmente a jóvenes. Me acuerdo de las colas de los viernes por la tapa de churrasco o una cena para 70 personas...», traslada sin descanso. «En esos años también me puse al frente del bar O Parlamento, en San Caetano, adonde iban trabajadores de la Xunta. Allí atendíamos desayunos y empezamos con comida para llevar. Cada local estaba en una zona distinta, y, con el de la gran terraza de A Quintana demandado más por el turismo, cubríamos perfiles propios de Santiago», razona.
«Con 26 años llevaba esos tres locales y también una distribuidora de vinos en la rúa Xelmírez con la que pensaba que me iba a ir bien al conocer yo a mucha gente de hostelería, pero a los tres meses llegó la pandemia y eso se frustró. Tras el covid, y con la dificultad añadida de encontrar trabajadores, decidí centrarme solo en el bar de A Quintana, que para mí siempre fue el principal», afirma, sin negar el vértigo que, con su juventud, le supuso estar a cargo de una de las terrazas más privilegiadas de Santiago. «En un inicio me daba cierto respeto. Ya solo el alquiler del local implica 4.000 euros, lo que puede hacer entender que no todas las consumiciones sean tan económicas. Aún así, en mi círculo a los que emprendieron les fue bien... Me veo entre los que se atreven», apunta.
«En la terraza de A Quintana gestionamos 32 mesas, que antes podían quedar fuera por la noche. Ahora las metemos a diario, con sus sillas, en el local, que tiene, incluida la cocina, 60 metros cuadrados. Contraté a una persona solo para ello... Es como hacer un croquis en Os Croques», bromea. «En verano, con mucha clientela, llegamos a estar diez trabajadores en dos turnos. Para mí es importante la racionalización de horarios. Yo estoy de 12.00 a 22.00 horas; siempre cierro. Nunca trabajé de noche y no lo echo de menos... En el bar solo abrimos de madrugada en fiestas, como en la Ascensión o el Apóstol, cuando vivimos momentos muy buenos, como en el concierto del grupo de rock Wolfmother, cuando no entraba en la plaza una persona más. Al bar, tras cantar, también vinieron Tanxugueiras o Rosalía», prosigue. «Esta es una plaza de mucha vida. No olvido cuando vi cómo la cola para la Catedral empezaba en la Alameda, por donde vengo al bar...», rescata.

Ya sobre la clientela, de la que aclara que suele pedir raciones como raxo o tortilla, constata la impronta del turismo. «En verano tenemos a un trabajador que habla cinco idiomas», comparte, poniendo aún así el foco en la acogida local. «Gusta ver cómo en fines de semana esto se llena de familias, con niños en la plaza... Hay una vecina mayor, de la rúa da Conga, que viene a diario al local. En Navidad ponemos muchos churros, de chocolate Raposo», destaca.
Sobre el futuro, no descarta dar el salto al sector del hospedaje. «Pienso en la conciliación... Aún así, por ahora, a mi edad, estoy feliz aquí», resalta.