Hay títulos o eslóganes que son todo un acierto. Si yo fuera el alcalde de Boqueixón daría una medalla al ciudadano que inventó lo de “Un mes e pico”, frase popular que en este caso se refiere a una serie de actividades culturales organizadas alrededor del Pico Sacro. La otra buena idea fue organizar una mañana como la de hace dos días con intervenciones cortas sobre aspectos muy diversos de esa montaña considerada sagrada y donde unos bravos toros se amansaron cuando llegaron hasta ella los discípulos del Apóstol.
Eliminado un adefesio de cemento, estructura que estuvo en el Pico Sacro durante demasiados años, el enclave tiene ahora tres problemas, uno de ellos (la vista de la enorme mina vecina) de imposible solución hoy por hoy. Los otros dos son la invasión de eucaliptos, que deben ser sustituidos por castiñeiros y carballos, en una operación que desde luego no es ni fácil ni barata, y el acceso. No el acceso para quien tiene un coche y sube hasta la capilla de San Sebastián o la llamada Rúa da Raíña Lupa, sino para los cientos de miles de personas que se plantan en Santiago y no tienen ni remota idea del valor histórico, sentimental, mitológico y simbólico de ese monte. En cualquier país serio esa visita sería obligada, con microbuses desplazándose sin parar.
En absoluto es utopía: suman legión los peregrinos y guiris varios que se anotan a una excursión a Fisterra, mucho más lejos (más cara, por lo tanto) y más cansina. El Pico Sacro es la gran reserva turística de Santiago. Lo increíble es que no se promocione. Así los turistas se quedarían algo más, que parece que llegan y escapan. Mientras tanto, un aplauso al ayuntamiento de Boqueixón por su mes y pico.