Ángel Concheiro: «El recuerdo que tengo de Santiago de joven es el de una ciudad oscura»

Elisa Álvarez González
Elisa Álvarez SANTIAGO / LA VOZ

ORDES

xoan a. soler

Llegó con 14 años, cuando el Hórreo se llenaba de cerdos y gallinas camino de la feria

19 nov 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Nombre. Ángel Concheiro Nine. Nació en Ordes.

Profesión. Catedrático de la Facultade de Farmacia.

Rincón elegido. La rúa do Vilar, «una zona por la que paseo muchos días de la semana, incluso cuando llueve mucho».

Se apellida Concheiro, así que a nadie puede extrañarle su procedencia ordense. Ángel Concheiro Nine pasó sus primeros años en este concello, en donde estudió, como hacían la mayoría de los pequeños allá por los 50, en una escuela unitaria. Se sacó el bachillerato por libre, acudiendo a una academia del pueblo: «Un día al año acudías a un instituto, en mi caso en A Coruña, y te examinaban de todas las asignaturas». No era fácil este tipo de enseñanza, ya que cuando llegaban a las pruebas los alumnos no sabían cómo o de qué les iban a preguntar, «no eran estudios muy dirigidos hacia el éxito del examen», dice.

Aun así, obtuvo la reválida de cuarto y continuó en el colegio Peleteiro, que entonces aún se llamaba Minerva. Tenía 14 años y se vino a vivir a Santiago, primero con unos familiares y después con su hermana en el Hórreo. Ya no abandonó la ciudad. Hasta los compostelanos de pro lo aceptan como picheleiro, y eso que mantiene muy vivo su vínculo con el municipio ordense. «Sigo yendo a Ordes y mantengo allí mi casa, pero también me siento muy de Santiago», presume.

Sus primeros años en la ciudad fueron los de un estudiante aplicado. Tenía clases mañana y tarde, incluso los sábados por la mañana, «y después cogía el Castromil, me iba al pueblo, estaba un rato el domingo y volvía». Guarda una imagen muy nítida en la retina, «la de llegar a Santiago en los días de invierno y ver el Hórreo oscuro, el recuerdo que tengo de joven es el de una ciudad oscura, con muy poca luz», cuenta.

Una ciudad orientada al entorno rural, con un comercio muy modesto, que los días de feria se despertaba con la algarabía de los cerdos y las gallinas que el ómnibus dejaba en su calle para ir a la feria de Santa Susana.

Un profesor del Peleteiro le ayudó a decidirse por la carrera de Química. Era Miguel Ángel Ríos, quien años más tarde sería secretario xeral de I+D y presidente de la Academia Galega de Ciencias. Terminó simultaneando esta licenciatura con la de Farmacia, y haciendo el doctorado en ambas. Después de unos años concurrió a una plaza de profesor adjunto en Madrid. No era una época de gran estabilidad: «Al terminar lo que tenías por delante era una gran incertidumbre. Se convocaron unas seis u ocho plazas de profesor y allá fui, a Madrid, a hacer la oposición con mi cajón de libros». La consiguió y fue docente adjunto hasta que con la LRU pasó a profesor titular. Seis años después, en el 88, obtuvo la cátedra de tecnología farmacéutica. Trabajador incansable, es también académico numerario de la Real Academia Galega de Farmacia. Su mayor satisfacción, «dejar detrás de mí a gente mejor que yo, creo que es lo mejor que podemos hacer por la universidad».

Y presume del nivel de los investigadores del departamento en el que trabaja, María José Alonso, Carmen Álvarez Lorenzo... Se acerca una exalumna que escucha por casualidad la charla en una cafetería del casco viejo compostelano: «Todo lo que dice es cierto», admite con cariño.

Defiende todas las facetas de la universidad: la docencia, la investigación y la transferencia, «debes generar conocimiento, divulgarlo a la sociedad y a las empresas, y proteger y transferir la tecnología». Y eso que la investigación es hoy en día un campo muy competitivo. Tanto, que si un científico deja de tener financiación y debe ralentizar un proyecto «es un problema», porque se baja del carro y es difícil volver a subirse. Aquello de cualquier tiempo pasado fue mejor no va con Ángel Concheiro, «cualquier tiempo pasado fue anterior, pero los niños también tienen disgustos», recuerda. Como estar continuamente examinándose, una situación en la que coinciden alumnos y docentes universitarios: «Pocas profesiones llevan implícitas tantas evaluaciones como las que tenemos nosotros».

«Salgo tarde de la facultad y procuro venir a pasear a la zona histórica»

Entre semana se olvida del coche. Mañana y tarde acude a la facultad, de donde no sale muchas veces hasta pasadas las nueve de la noche. «Salgo tarde y procuro venir a pasear a la zona histórica». Los paseantes son ya viejos conocidos, «siempre nos encontramos los mismos», asegura. Los sábados alarga esta sana costumbre hacia San Pedro, y rememora cuando caminar era la forma de divertirse de la juventud. «Recuerdo cuando los chicos y las chicas paseaban por O Toural y el primer tramo de la Alameda, y si llovía, por los soportales de la rúa do Vilar y la rúa Nova».

Poco queda de aquellas formas de ocio. Todo evolucionó muy rápido. Llegó el Don Juan y otra discoteca que estaba en el sótano del edificio Viacambre, «se llamaba El Búho, aunque era para gente con más experiencia», dice riendo.

En estas cinco décadas Santiago ha pasado de ser una ciudad universitaria «en la que los estudiantes le daban carácter», a otra en la que el peso de la administración aumentó considerablemente, para acabar finalmente en la situación actual, en donde el turismo inunda la zona monumental. «Hay calles que son auténticas galerías de tiendas para ellos», cuenta Ángel Concheiro.

Los efectos del transporte

Otro de los cambios más radicales ha sido el desarrollo de las comunicaciones. «Los trenes rápidos tuvieron un efecto tremendo». Si cuando él estudiaba los alumnos que procedían de Ourense iban a sus casas una vez al trimestre, y décadas después lo hacían los fines de semana, la llegada de los trenes rápidos ha provocado que muchos estudiantes y trabajadores que vienen desde A Coruña se desplacen diariamente: «Antes Santiago era una ciudad marcada socialmente por la presencia de los estudiantes, ahora ya no».