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21 jun 2019 . Actualizado a las 11:02 h.No le hizo falta a Rosalía llegar al «¡tra, tra!» de Malamente para hipnotizar a los 33.000 asistentes al festival O Son do Camiño. Es más, el «esto está encendío» de su último éxito, Aute Cuture, se puede aplicar desde el inicio al segundo concierto en menos de un año en Santiago, esta vez a escasos metros del lugar por donde peregrinó con 19 años tras realizar el Camino desde Roncesvalles.
Acompañada por seis bailarinas, la autora de El mal querer saltó al escenario a las 23.15 horas, después de que en los últimos días la organización reajustase los horarios para facilitar la asistencia a esta actuación de la estrella del momento. Esta no era cita para perder. A su voz, la cantante unió cuidadas coreografías ya desde el arranque con Pienso en tu mirá. Después, transportó al público por esa fusión de estilos marca propia de la catalana: del flamenco al trap y el reguetón, siempre acompañada de muchos coros del público, palmas y «olés». A Pienso en tu mirá siguieron temas Como Alí y Barefoot in the park. «Estou moi, moi, moi agradecida de estar aquí», dijo ante el público de Santiago la diva nacional. Luego, llegarían los ritmos más flamencos y, con ellos, también hizo acto de aparición la lluvia, que acompañó a De madrugá, Que no salga la luna por bulerías y Maldición; pero ella quitó importancia al traspié meteorológico. El público también. Nadie se movió ni un paso.
Un remix de canciones de Las Grecas sirvió a Rosalía como punto de inflexión para introducirse en nuevos ritmos. Así llegaron temas como Di mi nombre o Bagdad. Y para terminar mucha artillería pesada: Lo presiento, Con altura y Aute Cuture. La traca final con el público completamente entregado no podía ser otra que Malamente. Pero Rosalía -convertida en «Rosaliña», como ella misma se bautizó en Twitter horas antes del concierto, y hablando varias veces en gallego como el «Quérovos moito, moito» del final- no era el único plato principal de la jornada.
Aún quedaba pendiente mucha fiesta con Black Eyed Peas. Tenían el reto de mantener el listón elevado que había dejado Rosalía y lo consiguieron. Fueron cerca de 80 minutos de espectáculo en el que los miles de asistentes no pararon de moverse al son de los estadounidenses, que buscaron la interacción con el público en todo momento. «¿Queréis más?». Fue una pregunta que se repitió varias veces. La respuesta siempre fue unánime, aunque no hacía falta. Éxitos como Pump It llegaron en la primera mitad del concierto, pero, pese a que ya pasaban de las dos de la madrugada, miles de voces corearon The Time -una versión de la mítica canción del filme Dirty Dancing- Where is the love? y, como no, I Gotta Feeling, que puso el broche.
Antes de que Rosalía se enfrentase a miles de miradas hubo mucha música en esta segunda jornada del festival. El cuarteto británico Bloc Party saldó con éxito su primera visita a Galicia. Pero la tarde había tenido con anterioridad un marcado acento gallego. Iván Ferreiro fue el primero en llenar el anfiteatro y las gradas del escenario principal. Cincuenta minutos que se quedaron cortos en los que el público coreó temas como Pájaro azul o La otra mitad, así como Años 80 o El equilibrio es imposible. Eso sí, de Turnedo solo los primeros acordes. Había superado el tiempo previsto. Antes habían sonado Igloo, Marem Ladson, Cariño, y Moito!, que abrió el día.

El Monte do Gozo, una fiesta multicultural
El 40 % de los asistentes a O Son do Camiño son gallegos y, uno de cada diez, extranjero
P. Calveiro
Estos días disfruta en O Monte do Gozo público llegado de decenas de países para asistir a los conciertos de O Son do Camiño, desde Chile a Hong Kong. Muchos se estrenan en esta segunda edición de la cita musical compostelana y otros repiten, tras quedarse con buen sabor de boca el año pasado.

Entre los que se aventuraron por primera vez, Alejandro González, militar y autónomo de 39 años. El vigués exprimió la primera noche hasta el final y, para recargar fuerzas, durmió en una de las cápsulas japonesas que se ofrecían en la zona de glamping del festival, equipadas con aire acondicionado, colchón, cargadores de USB e hilo musical. «Primero busqué en un hotel normal, pero ya estaba todo ocupado. Realmente no había otra opción y me pareció algo original. No se pasa frío y estás aislado del sonido. Pensaba que iba a tener claustrofobia, pero es bastante amplia», indica. Explica que invirtió cerca de 800 euros, entre la cápsula y el abono VIP, «porque el otro ya estaba agotado», pero la ocasión lo valía y «está mereciendo la pena», afirma.

A unos metros de allí, entre las tiendas de acampada ya montadas del festival (listas para llegar y tumbarse), Pilar Barrio. La joven madrileña de 20 años vive en Chicago (Estados Unidos). «Regresé de vacaciones y lo primero que hice fue venirme al festival», cuenta. «Me gusta mucho Dimitri Vegas, Bad Gyal, Rosalía, Black Eyed Peas...», añade, por lo que había unos cuantos motivos para viajar a Galicia con el jet lag aún fresco. La cita del Monte do Gozo es, para ella y otras tres amigas con las que ha venido, la bienvenida oficial al verano.

Otras dos amigas de 24 años, Laura Suárez y Mónica Lanzaco, de Barcelona, cruzaron 1.091 kilómetros solo para asistir al segundo día de O Son do Camiño. Se alojan en un albergue de la ciudad y, aprovechando que esta es su primera vez en Compostela, se quedarán haciendo turismo hasta el domingo en la ciudad. «Antes éramos habituales de los festivales y ahora estamos en fase de retomarlo», señalan las jóvenes.
Como ellas, la gran mayoría de asistentes a la cita es público nacional: el 40 % gallego y un 49 % de otras comunidades autónomas. Pero, además, uno de cada diez festivaleros (el 11 %) proceden de otros países. El eco del festival, que en su primera edición ya reunió a 16 nacionalidades, ha traspasado en esta ocasión las fronteras de cuatro continentes (Europa, América, Asia y África) y amenaza con ir a más.