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El paseo conlleva varias sorpresas, como el área recreativa de A Cornella o el aliciente final con un tajo impresionante que ha ido formando el río a lo largo de millones de años
03 feb 2024 . Actualizado a las 05:05 h.El Muíño das Canizas, en Santiso, dista tan solo unos pocos centenares de metros del punto donde se unen las provincias de A Coruña, Lugo y Pontevedra. Y lo hacen en el río Ulla. Descender pegados a ese río es posible siguiendo el muy bien señalizado PG-R 266.
Para los amigos de ir en bicicleta o incluso en coche, la opción es buscar la aldea de Barazón Grande y desde ahí dirigirse a Chorén y la carretera vieja que une Melide con Agolada, hoy poco usada, que conduce al puente —el antiguo; el nuevo y mucho más impersonal discurre en un nivel superior— que permite el cruce del Ulla. Se ha dejado a la espalda un lugar con algo de magia: tras bordear los metros finales del río Furelos se alcanza el punto donde este se funde con el Ulla. Impresionante.

Ahí no es que sea obligatorio pero sí interesante hacer una foto visto la gran cantidad de agua que llevan uno y otro, gran espectáculo, pero no pasar a la otra orilla. No hace falta.
Dejando a la espalda el puente viejo se toma la primera a la izquierda, ascendente y con eucaliptos a la diestra, en busca de A Silva, y antes de ganar esa pequeña aldea un camino ancho vuelve a buscar el Ulla (izquierda en los dos cruces). Además, el visitante siempre va a caminar a una distancia más que prudente de las aguas —muy agitadas en estos meses—, de manera que el recorrido resulta apto y seguro para los pequeños.
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Y de repente, una sorpresa muy grata: un área recreativa grande, la de A Cornella, bien cuidada, con un circuito permanente de trail enfrente y el Carreiro Máxico. Para empezar, su chiringuito es tremendamente popular y durante el verano está lleno todo el día. Para seguir, uno de los dos paneles contiene una información muy interesante sobre vegetación y fauna de la zona, auténtica lección sobre la naturaleza de la comarca.
Toda una experiencia pasar por allí un buen rato antes de continuar en busca del campo de fútbol, referencia que se deja atrás. La iglesia es otra, ya en la ladera del outeiro, con la aclaración de que el templo derrocha sencillez y no merece la pena desde el punto de vista artístico. En sus cercanías, un cruceiro con simple cruz superior y un buen ejemplar de pousadoiro no muy grande.
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Pero en absoluto es necesario llegar hasta ahí: en el campo de fútbol se coge la pista de la izquierda, se dejan a la misma mano las dos casas de O Outeiro (más agradable a la vista la primera —con una vieira que, aunque no pasa por ahí ningún Camino de Santiago, se transforma en un toque humano y hasta alegre— que la segunda) y el destino es Mourazos, una aldea de respetables dimensiones que da la impresión de que ha crecido como tantas otras en Galicia: en las laderas de una elevación que acogió un castro. No hay evidencias arqueológicas, conste, ni tampoco contaron los vecinos leyenda alguna, pero la impresión es esa.
El Ulla queda abajo, a la izquierda, y la pista permite acercarse sin dificultad hasta él. Por cierto, está asfaltada y presume de anchura, pero una vez cruzado el puente y entrado en Pontevedra, ni una cosa ni la otra.
Ese punto final a la jornada encierra un aliciente también final: poder admirar el comienzo de un tajo impresionante que ha hecho el río a lo largo de millones de años. La corriente, ahora en invierno, es mucha, los saltos de agua son tantos que el ojo no sabe hacia dónde mirar. Y sorpresa final, porque otro panel comunica que una de las piedras en la parte pontevedresa tiene una inscripción medieval. Y es que el puente primitivo, al parecer de piedra con arcadas, fue levantado nada menos que en el siglo IX.