La vida nos obsequia en ocasiones con extraños compañeros de viaje, que muchas veces ni siquiera conocemos. Por eso reconozco que cada vez que alguien menta a Cristina Cifuentes y a su máster siempre recuerdo a la retahíla de políticos y personas que llenan sus currículos y sus vidas con eufemismos que no se cogen ni con pinzas. Pero, sobre todo, me viene a la mente Armando Blanco, histórico alcalde de Teo y afamado hostelero que puso a Cacheiras en el mapa con su tortilla. Lo recuerdo porque siempre tuvo especial predilección por tener un currículo casi infinito.
Muchos compañeros de su partido, que es el mismo que el de la señora Cifuentes, disfrutaron sin pudor de sus pantagruélicas comidas sin apoquinar ni un solo euro mientras ironizaban por su afán por acumular títulos mientras festejaban en su compañía cada nueva línea en su expediente.
Los tenía de las nomenclaturas más variopintas y de ámbitos de lo más diverso, pero todos ellos tenían algo en común, que los acumulaba con orgullo, publicidad y comilona. Porque si algo poseían, era esa autenticidad que daba haberlos adquirido como dios manda, bien porque se los daban personas que consideraba amigas o bien los conseguía gracias a su generoso bolsillo. ¡Y se los sabía todos de memoria!
Triste es pensar que la señora Cifuentes y el señor Armando Blanco tienen otra cosa en común, el desdén con el que ambos trataron el mejor título del que pueden presumir la personas que se dedican a la política. Ese cargo que se consigue gracias a las personas que confiaron en uno y lo eligieron para representarlos.