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Asombran los magníficos paisajes adornados por obras salidas de las mentes y manos de artistas populares anónimos
30 dic 2023 . Actualizado a las 05:00 h.En Val do Dubra no son las aldeas las que asombran, sino sus magníficos paisajes, unos paisajes adornados por obras salidas de las mentes y manos de los artistas populares anónimos que constituyen un gran tesoro humano de la historia de Galicia. Son, por otra parte, tierras muy verdes, con montañas viejas de escasa altura, una de las cuales fue aprovechada para instalar el mirador de O Picouto, impresionante atalaya a 525 metros sobre el nivel de las olas. A los pies se extiende un largo valle donde confluye un buen grupo de ríos y arroyos, entre ellos el Dubra.
En esa carretera que desde Portomouro va a Val do Dubra y continúa hacia el aún lejano mar se pasa la capital del municipio y en menos de un kilómetro se alcanza O Campo do Rial (muy poco antes de un sonoro topónimo, O Campo dos Cochos). Ahí es posible tomar un café caliente antes de girar a la izquierda y pasar ante un muy bien rehabilitado lavadero que está esperando a que le corten toda la vegetación de alrededor para que alguien pueda acceder a él. Luego el visitante se planta ante la iglesia de Rial, a la cual no resulta fácil hacerle una foto debido a los numerosos cables.
El templo muestra un nivel artístico nada común en la Galicia rural, y la cuidada ornamentación de líneas clásicas de la fachada ya advierte en sí misma que hubo dinero para levantar un edificio notable y poderoso, con un San Vicente en el medio de esa fachada y, coronando, una torre con el campanario. A destacar también el hórreo vecino, que también habla en su lenguaje mudo de tiempos de trabajo en la agricultura, almacenando para los meses invernales. En ese núcleo conviven, también, viviendas de piedra de grandes dimensiones con un cruceiro que se acerca al sobresaliente. Por cierto que todo el municipio es rico en hórreos, algunos en muy buen estado y algunos que no llegan a esa altura.
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La carretera sigue siendo ancha y va a ascender casi hasta llegar a un humilde núcleo de casas llamado Malvárez, lo cual indica que allí vivió o tenía su granja o dejó su impronta de alguna manera el hijo de Malvar, aunque se ignora quién pudo haber sido el uno y el otro.
En Malvárez destacan dos elementos: un cruceiro y una capilla. Esta es muy sencilla, pequeña y de una sola nave, y fue puesta bajo la advocación de Santo Estevo. Levantada nada menos que en el año 1607, la rehabilitación de 1968 la dejó sin elementos externos identificadores de aquella época, y hasta el campanario data del siglo XX.
El cruceiro muestra en su nivel inferior una inscripción que permite fecharlo. Dice así, textualmente: «Este crucero lo hizo el ano 1905». Quién lo diría, porque desde luego, parece muy anterior.
En fin, Malvárez dista solo 6.100 metros de O Campo de Rial. Está en una zona alta, al pie de un outeiro hoy en día labrado por una parte y dedicado a la plantación de eucaliptos la contraria. Si en Malvárez se elige la derecha, señalizado a Negreira, a los 300 metros el excursionista verá una pista ancha y despejada, de tierra, que arranca igualmente a la diestra, idónea para estirar las piernas.
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Y ya de estar ahí, ¿por qué no ir a Negreira, alejada tan solo poco más de un kilómetro? Es posible que una persona con buen sentido de orientación piense que algo no cuadra, pero es que no se trata del municipio de Negreira, sino de la aldea de Negreira de Vilamaior, concello de Santa Comba.
En esa localidad, muy estirada y con hórreos por doquier y algunas casas ejemplo de cómo combatir el feísmo, recibe un curioso kilómetro 0 en uno de los antiguos mojones de las carreteras gallegas. Yendo hasta el fondo, el último edificio es un molino en ruinas en un paraje realmente bonito. Uno de esos rincones que, desde luego, todo el mundo fotografía.