¿El reparto de comida a domicilio en Santiago era mejor antes de Glovo y Uber Eats? «Me llega la cena casi siempre fría»

Andrés Vázquez SANTIAGO

VIVIR SANTIAGO

Repartidores de Glovo esperan a que los llamen descansando en la plaza Roxa, el mismo día del 2020 que se decretaba el estado de alarma.
Repartidores de Glovo esperan a que los llamen descansando en la plaza Roxa, el mismo día del 2020 que se decretaba el estado de alarma. Sandra Alonso

Los hosteleros se muestran favorables a las plataformas porque les salen más económicas, pero muchas de ellas siguen ignorando los derechos laborales de sus trabajadores

27 abr 2023 . Actualizado a las 22:11 h.

Martín, Diego y Alejandro son tres jóvenes que viven juntos en un piso de la zona norte de Santiago. Muchas veces, al llegar al domingo a la noche desde sus lugares de origen para comenzar la semana de estudio y trabajo al día siguiente, piden comida a domicilio por no complicarse entre fogones. Sus elecciones son las favoritas de cualquiera que emplee las aplicaciones de reparto a domicilio, como Glovo, Uber Eats o Just Eat; pues la duda se sitúa entre pedir a una pizzería o a una hamburguesería.

«La verdad es que con estas maneras de pedir la comida podemos disfrutar de muchas más opciones», comenta Diego, que tiene sus raíces en Ribeira, «además de que es mucho menos engorroso hacer la petición en sí, simplemente hay que pulsar un par de botones en la pantalla y ya». La respuesta de Alejandro no se hace esperar: «Pensa que estás a facer o pedido a través dunha empresa que explota aos seus traballadores nada máis que por non recoñecelos como tal. Eu por iso tan só pido a través de Just Eat, que non ten os problemas legais que lle saen a Uber Eats e a Glovo de cada dous por tres, ademais de que acostuma sair máis barato porque leva menos comisión». «Toda la razón», le responde Diego, a pesar de que contrata igualmente el servicio.

«Sinceramente, el servicio era mucho mejor cuando aterrizamos en Santiago, cuando todavía no existían ninguna de estas plataformas», aporta Martín, viveirense igual que Alejandro. Él también pone el acento sobre las condiciones laborales, pero es todavía más práctico y señala sus propios problemas: «La cena llega casi siempre fría y no la espera nunca baja de los tres cuartos de hora, cuando antes el repartidor de la pizzería a la que pedíamos siempre nos tenía los paquetes en la puerta en veinte minutos».

Bajo su punto de vista, aquí lo que prima es el interés de los hosteleros, que salen ganando «al subcontratar el servicio aunque sea peor, porque saben que nuestras necesidades siguen ahí». Interviene aquí Alejandro: «En Glovo ou en Uber Eats, ademais, todo é máis caro que cando viña o repartidor propio, aínda que se cobrase un euro ou dous polo desprazamento».

Mientras estos tres se pelean para elegir el color de la mochila que les lleve la cena, en Bertamiráns se la hacen. A la casa de Celia y sus padres, en una aldea próxima al núcleo urbano, tan solo llega un restaurante japonés «por lo que no queda otra que poner la olla al fuego», comenta la joven. Las nuevas empresas de reparto no solucionaron nada, ni dentro ni fuera de las ciudades, si bien es cierto que nadie en su casa recuerda que haya llegado nunca hasta su puerta ningún tipo de repartidor.

La demanda de comida a domicilio se ha disparado desde la irrupción de la pandemia. En el confinamiento era la única manera de comer de restaurante, a pesar de hacerlo a través de envases de plástico y no en un plato sobre el mantel. Del mismo modo, ese era el único modo que tenían los establecimientos hosteleros de seguir facturando durante aquellos días de restricciones. Todo aquel revuelo abrió el mercado para que otro tipo de restaurantes fuera de los tradicionales se sumen a los repartos domiciliarios de sus menús.

Ahora bien, del mismo modo que en aquellos meses todo el mundo hacía pedidos, ahora el nivel se ha rebajado volviendo a los estándares previos a marzo del 2020. La diferencia es que, en el transcurso de ese tiempo, las empresas de transporte de pequeñas mercancías a domicilio se han instaurado por completo, borrando del mapa a los repartidores propios de cada local con sus motos personalizadas. El motivo es sencillo: «El restaurante contrata con la empresa externa y se ahorra un sueldo que antes tenía que justificar con el propio reparto», indica con franqueza Thor Rodríguez, presidente de la asociación Hostelería Compostela.

Un repartidor propio de Telepizza, de las pocas empresas que mantienen sus propias motos en Compostela.
Un repartidor propio de Telepizza, de las pocas empresas que mantienen sus propias motos en Compostela. Sandra Alonso

Cuando aterrizaron en Santiago, estas empresas se presentaron en cada local a través de un comercial que se encargó de presentarles lo que podían ofrecer a los hosteleros. Estos, por supuesto, accedieron, ante una nueva vía de negocio en un momento muy complicado, como era aquel de la pandemia. Se ahorraban gastos «y se posicionaban en el mercado, pues ya en aquel momento, quien no estaba en Glovo no existía», asume Rodríguez

De todos modos, el precio que ahora tiene para los establecimientos el uso de estas aplicaciones de reparto ya no es el que era, «pues con la llegada de la Ley Rider todo cambió y nos están repercutiendo sus gastos extra derivados de la regularización de los trabajadores», comenta el presidente de Hostelería Compostela. Este coste se suma al que le cobran al propio cliente cada vez que hace un pedido.

Todo se enturbia al comprobar que Glovo y Uber Eats, las dos empresas de este tipo que operan en Santiago, siguen recibiendo denuncias para que regularicen la situación de sus trabajadores y cumplan con la ley. Muchos usuarios, como Diego, al menos se sienten algo culpables por caer en las redes de este tipo de compañías, ¿pero qué tienen que decir los hosteleros? «Nosotros contratamos un servicio y confiamos en que la empresa que nos lo sirve haga todo bien, como manda la ley», apuntó Thor Rodríguez al respecto.

No todas las empresas son iguales

«Diríalle á xente que mercase a través de Just Eat, que polo menos respecta as normas e garantiza uns mínimos aos seus traballadores». La petición es de Rubén Bernárdez, asesor laboral para el sector del transporte en UGT Galicia. Él lo sabe de primera mano, pues es quien está sentado ante Just Eat en la negociación de su nuevo convenio colectivo, que mejorará las condiciones de los trabajadores con respecto al de mínimos que ya poseen. «Esa é a gran diferenza, que os empregados de Just Eat teñen un convenio colectivo e os de Glovo e Uber Eats non, polo que están moito máis desprotexidos».

Antes de la entrada en vigor de la Ley Rider, de hecho, ni siquiera tenían el convenio colectivo que cada provincia tiene para el transporte de mercancías, pues la empresa no los reconocía como trabajadores sino como autónomos que operaban para ellos, los famosos falsos autónomos de los que tanto se ha hablado. «A cousa é que aínda agora intentan saltar a norma cando poden, non como Just Eat, que escolleu o camiño da legalidade».

Señala Bernárdez, en este sentido, que el binomio Glovo - Uber Eats «intentou dende sempre sortear a legalidade laboral e dinamitar o mercado tirando os prezos e acabando coa competencia que segue as normativas». Un ejemplo: aún no hace mucho, el asesor de la Unión General de Trabajadores denunció que Uber y Glovo penalizaron a sus repartidores por no entregar los pedidos durante un fuerte temporal en Vigo y Pontevedra, mientras que Just Eat cerró la aplicación y canceló todos los servicios para mandar a sus trabajadores a casa por la imposibilidad de operar con esas condiciones meteorológicas.

La gran diferencia entre unos y otros, para Bernárdez, es la posesión o no de un convenio, ese al que también estaban sujetos antes los motociclistas propios de cada restaurante: «Figuraban dentro do de hostalaría, na categoría de repartidores, polo que a súa situación era polo menos segura, fose mellor ou peor. O máis parecido a día de hoxe son os traballadores de Just Eat, aínda que estean dentro doutro sector ao xa non pertencer ao da hostalaría».

Si tanto mejora el asunto, ¿por qué hay repartidores que se quejaban del contenido de la ley que en teoría les beneficia? «A min paréceme que ter dereito a baixas ou a vacacións e que traballar un máximo de oito horas diarias supón ter mellores condicións que figurar como autónomo e traballar setenta ou oitenta horas á semana por un soldo un pouco maior, pero aló cada un. O que precisamente logra a lei é evitar esas vulneracións evidentes dos dereitos laborais, non regular os contratos, pois quen o fai é o convenio».

Bernárdez, en nombre del sindicato al que asesora, tiene un mensaje para la sociedad y otro para el trabajador. A la primera le repite que está en su mano el elegir a través de qué empresa contratar la cena a domicilio, pero al segundo le mira a la cara y le asegura que no está solo, «que os sindicatos estamos traballando por mellorar as súas condicións cada día, tal e como faremos en Just Eat dentro de pouco».