«Le dije a la inmobiliaria que tenía setas en el techo por la humedad y me contestaron enviándome la factura de la luz»
VIVIR SANTIAGO
Estudiantes compostelanos relatan sus vivencias en pisos a los que cada vez les suben más las rentas, pero no la habitabilidad
09 may 2023 . Actualizado a las 19:15 h.Según avanza la primavera, los estudiantes comienzan a hacer las primeras búsquedas de pisos para alquilar el año que viene en Santiago. Ninguno se espera, a pesar de que las hay peores y mejores, que en su vivienda vayan a crecer setas del techo, tenga que compartir contador de la luz con la vecina de al lado o se encuentren ratones cada dos por tres en una de las habitaciones. Quedan muchas más historias por contar tras la del váter dentro de la ducha o la cama con charcos.
Los pisos de estudiantes siempre han sido los peores, pues los demás se suelen arrendar a gente de más caché. Ahora bien, a este paso Compostela corre el riesgo de perder su vida universitaria en detrimento de las otras ciudades gallegas donde hay facultades, puesto que el estado de los apartamentos sumado a sus precios pueden espantar a cualquiera, más todavía a una persona que no tiene más ingresos que los de una beca o los que le de su familia.
De primero, setas
Elena Carrera y sus compañeras de piso pasaron parte de los meses de la pandemia en uno de los pisos más caóticos que ella recuerda de toda su vida universitaria. «Yo no entiendo por qué lo elegimos, sinceramente, teníamos que estar muy desesperadas en aquel momento. Su rasgo más notable cuando entramos a vivir a él era que la ducha medía 1,55 metros de alto, de modo que mis compañeras, más bajitas que yo, cabían agachadas, pero yo me tenía que duchar de rodillas, como si estuviera rezándole al grifo». Cuenta Elena, con sus 1,70 metros de estatura, que no entiende cómo puede existir siquiera una ducha como esa, «porque ahí enorme mayoría de la población, literalmente, no cabe».
Con una base así podría parecer que había margen de mejora, pero no. Ellas firmaron el contrato a finales de mayo y en ese momento les gustó, pues era un piso céntrico, en pleno Ensanche, y muy luminoso. Al ir en esas fechas, no se dieron cuenta de que no tenía calefacción, «aunque eso es lo de menos, que yo pienso que en toda mi vida estudiando y trabajando y en todos los pisos que tuve, no se sé si tendrían radiadores ni un par». Pero de lo que tampoco se percataron fue de las enormes humedades que existían, pues a esas alturas del año estaban secas al llevar ya tiempo sin llover por acercarse el verano.
«Cuando llovió fuerte por primera vez ese otoño el marco de la puerta del salón empezó a escurrir, hasta el punto de que llovía de él. Después de avisar a la inmobiliaria, que no nos hizo ni caso, sembramos el umbral de cubos para recoger el agua, de modo que para ir a la sala teníamos que saltarlos», relata la joven. Fue a finales de año cuando en la agencia reaccionaron y les enviaron unos albañiles, «que yo no sé qué hicieron, pero el resultado me parece que fue peor todavía».
Pasaron los meses, en marzo de decretó el estado de alarma por la pandemia y Elena y sus compañeras se quedaron confinadas en este piso, juntas. «Sobre mediados de abril, una de ellas, mientras caminaba por el pasillo, me dijo: “Oye, eso de ahí, que cuelga del techo, ¿es una seta?” Yo no daba crédito, evidentemente, hasta que la vi con mis propios ojos y asocié a nuestra nueva vecina de las alturas con las humedades del marco de la puerta del salón, pues quedaban relativamente cerca una cosa de la otra».
Carmen, una de las compañeras de Elena, le envió un mensaje a través de WhatsApp a su contacto de la inmobiliaria, adjuntándole una foto de los hongos (la misma publicada en este reportaje). Ante la incredulidad de las jóvenes, fue respondido con la cuantía de una factura de la luz y otra del agua, «73,80 y 34,60 euros, respectivamente». Elena lo sabe porque guarda como oro en paño una captura de pantalla con los mensajes.
¿La luz está cara? Comparta facturas con su vecina
Antes de que la factura de la electricidad costase un ojo de la cara, Coral González y sus compañeras de piso ya habían patentado modelos de ahorro. Ellas vivieron un año de su estadía universitaria en la rúa Concepción Arenal, «xusto enriba da sala Numax», de modo que tenían por la parte de atrás de su vivienda unas preciosas vistas al parque de Belvís. «Eu penso que nos quedamos co apartamento un pouco por iso, porque é que non tiña nada bo».
Para empezar, era un piso grande partido en dos, «con portas tapiadas e todo». De esa manera, puede parecer hasta normal que las inquilinas de este medio piso compartiesen gastos de la luz con su vecina, la habitante del otro medio piso, «que era unha señora moi amable, pois o primeiro que nos dixo era que non iamos ter problema con ela, que gastaba moi pouca electricidade porque vivía soa».
Lo surrealista de la situación se incrementó todavía más cuando Richard se les apareció por primera vez. «Ese foi o nome que lle puxemos á pantasma que nos apagaba as luces das habitacións, xa resignadas de ir detrás del a prendelas de novo», cuenta la protagonista de esta historia, entregada al humor ante sus vivencias universitarias. Poco después también se les cerraba el agua sola, cortándose literalmente el chorro el grifo, «pero diso pasamos porque volvendo a abrir as billas funcionaban sen problema».
Todo esto, por supuesto, ante la pasividad de la inmobiliaria, que en un momento dado les envió un electricista por el tema de las luces. «O único que fixo o bo do señor foi dicirnos que a instalación era moi vella e que había que cambiala enteira, cousa que a propiedade nin se contemplou un momento. Díxenlle tamén, de paso, o tema dos cortes da auga, ao que me respondeu con moito criterio que el non era fontaneiro».
En ese piso no había calefacción, de modo que vivían todas un poco apiñadas en el salón, «que tamén era a miña habitación, onde estaba a miña cama». Tiempo después de instalarse allí a principios de curso, los propietarios le dijeron que si conocía a alguien para meter en otra habitación. Evidentemente, ella se sorprendió, pues no sabían la existencia de ese otro cuarto y ella estaba viviendo junto al sofá y la televisión comunes.
«Resultou que a dona se estaba a referir a un rocho supostamente acondicionado que estaba anexo ao piso, pero por fóra del, de xeito que para ducharse ou calquera outra cousa había que pasar polas zonas comúns do edificio e ter unhas chaves da casa sempre enriba… Iso ou deixar a porta aberta, claro». Cuenta Coral que lo peor de todo fue cuando se les pasó por la cabeza comentárselo a una amiga suya, que estaba también pasándolo mal en su piso por motivos similares solo que con el detalle de que la convivencia entre inquilinas era mala. Cabe destacar, para la tranquilidad del lector, que hoy Coral vive «nun piso estupendo» y con su pareja.
«Levo cinco anos de piso en piso e cada vez vou a peor»
«Comecei nun terceiro sen ascensor na rúa de Neira de Mosquera, onde cada visita que tiña me preguntaba se o enderezo que lle dera estaba ben, pois pensaban os enviara a un edificio abandonado… Pero non, era o meu». Así abrió su etapa universitaria a nivel inmobiliario la viveirense María Carballal, que se graduó en Filoloxía Galega el año pasado. Este es solo el entrante, pues considera que de los cinco años que lleva en Compostela, «cada vez que cambio de piso vou a peor», a pesar de que no le quede otra por ir escapando de las subidas de las rentas.
De ese primer piso que habitó recuerda sobre todo sus exagerados frío y humedad. No tenía calefacción y recurría a meter botellas llenas de agua caliente bajo las mantas en su cama para poder calentarse de noche, durante el transcurso de la cual los folios que tenía sobre su mesa de estudio se ponían blandos y se pegaban unos a otros por el ambiente que reinaba en la habitación. «Había boa intención dos propietarios, que sempre nos axudaron moito e fixeron por mellorar a pena de vivenda que era aquela», subraya María, a pesar de todo.
Recuerda la joven que en su peregrinación por Santiago, de piso en piso para quedarse con alguno durante el verano, se tiene encontrado situaciones realmente desagradables por el nivel de suciedad de algunos de ellos «a pesares de que en teoría deberían verse no mellor estado posible para que me gustasen e me quedase con eles». De este modo, relata que se tiene topado desde con tampones y compresas usados tirados por el suelo hasta con prendas de ropa de anteriores inquilinos en cajones de la cocina. «O peor é que calquera que teña buscado piso en Santiago saberá do que falo».
Destaca como anécdota una del año pasado, cuando se fue a vivir a un edificio de la parte norte de la ciudad: la nevera se estropeó el mismo día que se mudó. «Para nada me molestou e ata o tomei con humor, pero levei eu aos donos no meu coche ata o centro comercial para mercar outra», comenta María. Sobre el que tiene actualmente, también por la parte norte, hace hincapié en que es de lo mejorcito que tuvo hasta el momento «solo que hai ratos». Tuvieron que enfrentarse a ellos más de una vez, llegando a matar alguno, ya que no da llegado la ayuda a pesar de que les dicen que ya fue informada una empresa de exterminio. «Tomamos a decisión, e creo que é lóxica, de non pagar a renda ata que non nos amañen o problema».
Si quieres compartir tu experiencia en alguno de los pisos en los que has vivido puedes enviárnosla al correo electrónico vivirsantiago@lavozdegalicia.es